
Contemplemos una institución que es fruto de la civilización cristiana: la Guardia Suiza Pontificia, en palabras de Benedicto XVI.
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Contemplemos una institución que es fruto de la civilización cristiana: la Guardia Suiza Pontificia, en palabras de Benedicto XVI.
Compartimos con nuestros lectores las palabras de admiración con que el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira comentó la magnífica fachada de la Catedral de Orvieto.
Nos dice J. B. Weiss en su Historia Universal que "con razón a Carlos se le llamó Magno. Mereció ese nombre como general y conquistador, como ordenador y legislador de su inmenso imperio y como incentivador de toda la vida espiritual del Occidente. (...) Es el modelo de los emperadores católicos, el prototipo del caballero y la figura central de la gran mayoría de canciones de gesta medievales".
¿Realidad o cuento de hadas? Se tendría el derecho de dudar, considerando la armonía, la delicadeza, la suprema distinción de este castillo, construido sobre aguas dignas de servirle de espejo. Y... ¿qué hizo este siglo por los pobres? ¿Cómo vivían los servidores de este castillo incomparable? Con un proporcionado confort campesino, sin necesidad de recurrir al socialismo ni a la demagogia.
Talleyrand dijo alguna vez: “Quien no vivió antes de 1789 no sabe lo que es la dulzura de vivir” . El hombre actual, sumergido en el hedonismo y el consumo, no consigue comprender el alcance de esta afirmación. Y es que, como muestra el testimonio unánime, antes de la Revolución Francesa se llegó a un auge de buenos modales, cortesía y cultura, frutos de la civilización cristiana. Invitamos al lector a degustar un poco de ese ambiente "arrevolucionario" en Austria, mediante las descripciones de Marcel Brion en su libro sobre la vida cotidiana en Viena.
Ciertamente hay algo de injusto en calificar al rey Luis II de Baviera (1845-1886) apenas como un demente, pues también fue llamado "Rey Cisne" y "Rey de cuento de hadas". Él siempre intentó que lo fabuloso brille en sus castillos. El castillo de Neuschwanstein muestra uno de los aspectos hermosos del alma del rey: esa aspiración a lo fabuloso, antídoto para la banalidad de los días que corren, sin gracia ni grandeza.
El nacimiento del Salvador constituyó un honor de infinito valor para el género humano. El Verbo de Dios podría haber unido a Sí, hipostáticamente, alguno de los Ángeles más santos y resplandecientes de las alturas celestes. Por el contrario, prefirió ser hombre, hacerse carne, pertenecer por su humanidad a la descendencia de Adán: ennoblecimiento para nosotros de un valor inefable; punto de partida histórico, para nosotros, de otros dones también ellos insondables.
El 28 de febrero ha fallecido en Lima, a los 63 años de edad, don José Antonio Pancorvo Beingolea, presidente de la asociación Tradición y Acción por un Perú Mayor. Le debemos haber iniciado en el país la gesta de Tradición, Familia y Propiedad en defensa de la civilización cristiana, encabezando un intrépido grupo de jóvenes que no se dejó intimidar por las amenazas de la dictadura velasquista.
En la fiesta de la Santa Navidad hay varias nociones que, por así decirlo, se sobreponen. Antes de todo, el nacimiento del Niño Jesús torna patente a nuestros ojos el hecho de la Encarnación. Es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que asume la naturaleza humana y se hace carne por amor a nosotros. Además, es el inicio de la existencia terrenal del Señor. Un inicio refulgente de claridades, que contiene en sí mismo un gozo anticipado de todos los episodios admirables de su vida pública y privada.
Hermosa por naturaleza y totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su Concepción Inmaculada.
“Considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del mismo Dios, por el Arcángel Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era como tesoro...