Se aproxima una vez más, Señor, la fiesta de vuestra Santa Navidad. Una vez más, la Cristiandad se apresta a veneraros en el pesebre de Belén, bajo el centelleo de la estrella, o bajo la luz, aún más clara y refulgente, de los ojos maternales y dulces de María. A vuestro lado está San José, tan absorto en contemplaros, que parece no percibir siquiera los animales que os rodean, y los coros de Ángeles que rasgaron las nubes, y cantan, bien visibles, en lo más alto de los Cielos.
Esta maravillosa novena virreinal, de origen colombiano, expresa de manera extraordinariamente feliz el espíritu de la Nochebuena. Meditarla nos ayuda a contrarrestar la adulteración comercial y neopagana que hoy sufre la magna fiesta de la Cristiandad. Y atraerá sobre las familas que la recen especiales bendiciones del Niño Jesús, su Santísima Madre y San José.
Fue compuesta en el siglo XVIII como texto de preparación para la Navidad, por iniciativa de una dama bogotana de noble estirpe, Doña Clemencia de Jesús Caycedo Vélez, descendiente de un conquistador del Perú.
"La ocasión en que más se hace sentir en la vida de la Iglesia y de la Cristiandad esa idea de utopía hecha realidad, es en la noche de Navidad" (hacer click en la imagen para ampliarla).
Nuestra indeclinable certeza del triunfo universal de la Iglesia Católica y de una inminente restauración del Orden cristiano, puede hacer aflorar en muchos espíritus una objeción ”a veces explícita, a veces subconsciente”: si consideramos la pavorosa decadencia del mundo actual, ¿esa esperanza no es un sueño utópico, una quimera irrealizable?
Cuando meses atrás, la prensa notició que a Brittany Maynard le fue diagnosticado cáncer cerebral terminal, la señora Donielle Wilde, de Charlotte (Carolina del Norte), recibía un diagnóstico igualmente sombrío: cáncer de pecho en cuarta etapa. Pero la semejanza entre ambos casos acaba ahí. Donielle estaba embarazada de su décimo hijo y le fueron ofrecidas dos opciones inaceptables que podrían salvar su vida: abortar, o someterse a un tratamiento agresivo, que podría dañar a su bebé.
En la Navidad celebramos el momento culminante de la Historia humana, cuando Dios hecho hombre vino al mundo y “habitó en medio de nosotros” . El nacimiento del Niño Jesús constituye un desborde inconmensurable de amor divino: el Verbo de Dios se reviste de nuestra naturaleza, para reparar al Padre como hombre por todos nuestros pecados, y abrirnos así las puertas del Cielo.
La fiesta de Navidad es, pues, por excelencia, la fiesta de la inocencia, de la pureza, de las alegrías castas, serenas y profundas. Aquel tierno Niño que reposa en un pesebre es el “esperado de las naciones” , el Mesías cuya sola presencia restaura el Orden vulnerado por el pecado e inaugura la Era de la Gracia, haciéndonos capaces de practicar todo bien.
Después del Nacimiento, también llamado pesebre o belén, el Árbol de Navidad es el símbolo más expresivo del tiempo navideño, al menos en los lugares donde la adulteración comercial de la Navidad ”hoy cada vez más protuberante y agresiva” no logró vaciar de contenido esta magna fiesta de la Cristiandad.
La costumbre de adornar un abeto en las fiestas navideñas remonta a la época del Papa San Gregorio Magno (540-604), gran impulsor de la cristianización de las tribus germánicas en los comienzos del Medioevo.