Aux jardins de Monsieur Le Ní´tre
Julio Loredo de Izcue
“En los jardines del Señor Le Ní´tre” , tal es el título de las celebraciones con las que Francia está conmemorando los 400 años del nacimiento del mayor jardinero de todos los tiempos: André Le Ní´tre (1613-1700).
Nacido en París en una familia de jardineros (su padre Jean era el superintendente de los jardines del palacio de las Tullerías, como ya lo había sido su abuelo Pierre), André estudió arquitectura y pintura en la escuela del Louvre, entrando después al atelier de Simon Vouet, pintor de la corte de Luis XIII, donde aprendió sobre todo el arte de la perspectiva.
El jardinero ennoblecido
En 1635 fue nombrado superintendente del duque Gastón d”Orleans, hermano del Rey, y después, superintendente de los jardines de las Tullerías, sucediendo a su padre. Nombrado por Luis XIV Superintendente General de los Jardines Reales, a partir de 1657 asumió también la Contraloría General de los Reales Palacios. Siguiendo una antigua tradición, en 1675 el Rey Sol le otorgó un título de nobleza, en reconocimiento por sus talentos artísticos.
Le Ní´tre proyectó los jardines de muchos de los más famosos castillos y palacios de Francia y del mundo: Fontainebleau, Saint-Germain-en-Laye, Saint-Cloud, Chantilly y otros. Él fue el creador de la Avenida de los Campos Eliseos, en París, Y también realizó proyectos en el exterior. A él debemos el Greenwich Park, de Londres, así como los jardines de Racconigi y Venaria Reale, en Turín. Pero sus obras maestras son, sin duda, los jardines del castillo de Vaux-le-Vicomte, perteneciente a Nicolás Fouquet, ministro de finanzas de Luis XIV, y sobre todo los jardines del Palacio de Versalles, donde el arte de la jardinería alcanzó un auge nunca superado.
“Dominad la tierra” (Gn 1,28)
El arte de Le Ní´tre nos lleva a una reflexión no sólo cultural, sino también teológica. En el principio de los tiempos Dios creó el universo material y en él colocó al hombre, dándole una orden explicita: “Llenad la tierra y sujetadla a vuestro dominio” (Génesis 1,28). Pero, por así decir, dejó la creación a medias; o sea, después de haber creado el universo de la nada y de hacer esa obra maestra que es el hombre, confió a éste la tarea de continuar su divino trabajo por la creación, a partir de los seres ya existentes, de nuevas realidades que reflejasen la belleza infinita de Dios. Es por eso que Dante Alighieri dijo con propiedad que si las criaturas son hijas de Dios, las obras de arte son sus nietas.
Todo el universo refleja las perfecciones divinas. El hombre no puede conocer a Dios directamente en esta Tierra, pero puede ver el reflejo divino en la creación y, así, elevarse hasta Él. Es la contemplación. Dios concedió al hombre la capacidad de tomar elementos de la creación y trabajarlos para crear, a su vez, obras que reflejen las perfecciones divinas. Es así que el hombre se tornó capaz de tomar un pedazo de mármol y transformarlo en una estatua. O de construir, superponiendo piedras, un castillo o una esplendorosa catedral. O incluso de manipular pigmentos para hacer un cuadro. Creando belleza, el hombre da gloria a Dios.
Belleza que “satisface el espíritu juntamente con la vista”
“En Le Ní´tre la sensibilidad es canalizada y trabajada por la inteligencia” dice el historiador Erik Orsenna. Los jardines conocidos como ”a la francesa” no son fríos y geométricos. ¡Lejos de eso! Son lugares de creatividad e imaginación, pero siempre en diálogo con la inteligencia, que domina” (Entrevista, “Le Figaro” , Hors Série, octubre de 2013, p. 50). Nos extasiamos delante de la naturaleza: un bosque, un valle, una montaña, un río... Pero Dios nos concedió sobre todo una inteligencia, que podemos y debemos aplicar a esos elementos para ordenarlos y elevarlos a un grado superior de perfección. Es el caso de los jardines de André Le Ní´tre. “El jardín de Le Ní´tre es el dominio de la inteligencia sobre la pura sensibilidad, es el triunfo de lo inteligible. Él tiene un sentido y una belleza real ” escribe Henri Régnier. El jardín de Le Ní´tre satisface el espíritu juntamente con la vista. Además del placer de los sentidos, Le Ní´tre hace que el jardín también responda a nuestra necesidad espiritual de simetría y regularidad. Un jardín no debe ser dejado al soplo de la imaginación fértil, mas debe también favorecer el pensamiento. Él debe proporcionar una idea de grandeza, dignidad y razón. Precisamente porque tal jardín es hecho de acuerdo con estos principios es que el es noble, inteligible, ordenado, y puede ser llamado de ”clásico” del mismo modo que una tragedia de Racine o una obra de Bossuet” (Henri de Régnier, Portraits et souvenirs, Paris 1913).
El papel inspirador de la nobleza
Le Ní´tre fue capaz de realizar esas maravillas porque tenía delante de sí el modelo de una monarquía resplandeciente. Nacido en una casa que su familia poseía en los jardines de las Tullerías, él creció contemplando la Familia Real y la alta nobleza. Y comenzó a concebir sus jardines porque conocía a los personajes que por ellos paseaban. Los jardines de Le Ní´tre son la transposición a términos botánicos del espíritu monárquico y aristocrático francés, llevado a un apogeo por Luis XIII, y sobre todo por Luis XIV, tan esplendoroso que recibió el nombre de Rey Sol. Sin Luis XIV no habría habido un Le Ní´tre.
Al preguntarle por qué no existen hoy más artistas como en los viejos tiempos, un conocido crítico de arte italiano respondió que una de las causas es la falta de nobles que los inspiren. Falta una verdadera nobleza que busque la belleza y la perfección en todas las esferas de la vida social, que eleve atrás de sí las clases más modestas, y sobre todo a los artistas. He ahí un aspecto muy importante del insustituible papel social de las élites, que en estos tiempos de achatamiento general, más que nunca es necesario destacar.
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