LAS CONVENIENCIAS DEL ESTADO PESAN MÁS QUE LA VIDA HUMANA...

Churchill, Alfie Evans y la “Gestapo” del estatismo

por Edwin Benson

Es posible ver a 1945 como una línea divisoria del siglo XX. La caída de la Alemania Nazi, la rendición incondicional de Japón, el primer uso de armas atómicas, la muerte de Franklin D. Roosevelt, las conferencias de Yalta y Potsdam, y el comienzo de la Guerra Fría sucedieron durante esos épicos doce meses. Dentro del contexto de tantos acontecimientos que remecieron el mundo, es fácil pasar por alto las elecciones generales de Gran Bretaña de 1945. Sin embargo, aquellos que han seguido y consideran muy importante las muertes de Charlie Gard y Alfie Evans no deben cometer este error.

El enfrentamiento político de 1945 en el Reino Unido fue épico. En el lado conservador se encontraba el primer ministro de la nación, un hombre aún reconocido en todo el mundo, tenido por algunos como el hombre que salvó a la civilización occidental de la tiranía nazi: Winston S. Churchill. Su oponente era el líder del Partido Laborista, Clement Attlee. Pequeño, calvo y delgado, el Sr. Attlee tenía deficiencias en oratoria, apariencia y comportamiento. "Permítanme decir esto sobre Clement Attlee", se dice que Churchill le dijo a Harry Truman, "hay mucho menos de lo que se ve a simple vista".

Winston Churchill

Sin embargo, Attlee y el Partido Laborista ganaron las elecciones, obteniendo 393 escaños contra 197 del Partido Conservador.

Esto es a duras penas verosímil. Gran Bretaña acababa de ganar la guerra más grande de su historia después de haber estado a punto de ser derrotada. Incluso sus oponentes admiten que la razón por la cual Gran Bretaña todavía existe se atribuye en gran medida al liderazgo de Churchill.

¿Cómo pudo suceder esto? Varios historiadores tienen la hipótesis de que la caída de Churchill se originó en un discurso que pronunció el 4 de junio de 1945, que incluye este párrafo:

“Ningún gobierno socialista que conduzca la vida y la industria del país podría darse el lujo de permitir expresiones de descontento público libres, agudas o con palabras violentas. Tendría que recurrir a alguna forma de Gestapo, sin duda dirigida muy humanamente al inicio. Y esto cortaría la opinión de raíz; detendría las críticas apenas levantasen la cabeza; y reuniría todo el poder en el partido supremo y sus líderes, que se elevarían como majestuosos picos sobre sus amplias burocracias de servidores civiles, que ya no tendrían nada de servidores ni de civiles”.

Al usar la palabra Gestapo, muchos concluyeron que Churchill estaba comparando a Attlee con Hitler y al Partido Laborista con los nazis. A primera vista, cualquier comparación de ese tipo parecía risible, y muchos reían. El Sr. Attlee se parecía más a un contador de banco que a un dictador. El Partido Laborista era socialista, con certeza y con orgullo. Sin embargo, su socialismo era el de los trabajadores y los pobres, no el de las marchas con cánticos y el saludo levantando el brazo en alto como se apreciaba en las películas de los mítines de Nuremberg.

En ese contexto, era fácil pintar a Churchill como alguien que usaba cínicamente los horrores de la guerra reciente para aferrarse al poder político. La nación parecía estar diciendo: "Fue un gran líder de guerra, pero no podemos confiar en él en la paz".

¿Quién podría creer a Churchill que el socialismo de Attlee (foto) sería dañino al Reino Unido?

El Partido Laborista ganó las elecciones. Muy pronto, los socialistas hicieron lo que hacen los socialistas. En los años siguientes, las industrias metalúrgicas fueron nacionalizadas, al igual que el suministro de electricidad y gas natural. Gran parte del transporte a gran escala quedó bajo el control del gobierno. Fue creado el Servicio Nacional de Salud. Los impuestos para los ricos, especialmente sobre las herencias, se convirtieron en confiscatorios. Los salarios de los trabajadores manuales aumentaron y los sindicatos se volvieron virtualmente todopoderosos en las fábricas, especialmente en las industrias nacionalizadas. Se construyeron grandes cantidades de viviendas del gobierno, pero la construcción de casas privadas en terrenos privados requería la aprobación de una confusa maraña de oficinas de planificación. Los poderes "temporales" asumidos por el gobierno durante la emergencia de la Segunda Guerra Mundial se conservaron. El racionamiento de alimentos, por ejemplo, abandonado en los EE. UU. un año después de la guerra, permaneció vigente en Gran Bretaña hasta el 4 de julio de 1954.

Por supuesto, el socialismo causó lo que el socialismo causa en todo lugar donde se implementa. El desempleo aumentó. El espíritu innovador declinó. Una huelga en un área clave paralizaba la vida económica de la nación hasta que se cumplan las demandas de los trabajadores. La calidad de la atención médica se estancó. Una vez que el socialismo llegó a dominar la vida económica de la nación, los gobiernos conservadores, incluyendo uno liderado por Churchill de 1951 a 1955, no quisieron o no pudieron detener su curso.

Este socialismo más amable y gentil careció de las tácticas terroristas de los nazis y los comunistas, y así fue considerado por los globalistas como la ola del futuro. El término "libertad económica" dejó de significar que uno podía hacer lo que quisiera con el dinero que había ganado y empezó a significar que ahora se había liberado de la necesidad de cuidarse a sí mismo.

Saltemos hasta el presente. Específicamente, es tiempo de reexaminar la declaración que perdió las elecciones de 1945 a la luz de los casos de Charlie Gard y Alfie Evans.

Durante más de setenta años, el Servicio Nacional de Salud ha racionado la atención médica a los ciudadanos de Gran Bretaña. Se puede argumentar que estos sistemas hacen un trabajo razonable en el manejo de casos "normales". Por ejemplo, si uno tiene gripe, puede ir a una clínica cercana y recibir el mismo tratamiento que cientos de miles de personas reciben por la misma enfermedad. Pueden manejar hábilmente los accidentes normales de la vida. Las piernas o los brazos se fracturan con suficiente frecuencia como para incluirlos en las proyecciones de costos de los burócratas que administran los programas. Suponiendo que una persona envejece de la manera normal y solo tiene aquellas enfermedades que normalmente afectan el envejecimiento, como la artritis o dolencias cardíacas, esa persona probablemente reciba la atención adecuada en un sistema tan centralizado.

El difunto Charlie Gard en los brazos de su madre

Sin embargo, tales burocracias centralizadas se desmoronan con casos anormales. Los casos extremos no se pueden incluir en una curva de costo-beneficio. Los medicamentos experimentales tienden a ser costosos porque conllevan los costos de la investigación que los crea. Como son experimentales, sus beneficios son inciertos. No hay forma de averiguar si esos experimentos mostrarán algún rendimiento por los altos costos que implican.

En los Estados Unidos, estos costos son asumidos por las compañías de seguros. Si una compañía de seguros opta por no cubrir esos costos, la persona puede llamar al gobierno, a través de los tribunales, para obligar a la compañía de seguros a cumplir con los términos del contrato escrito. Si se puede demostrar que la renuencia de la compañía de seguros ha perjudicado indebidamente a la persona, los costos para la empresa pueden exceder los costos en los que se habría incurrido si la compañía hubiera pagado por el tratamiento de la manera normal. Este sistema es más caro, pero protege mucho más al individuo.

Sin embargo, bajo un sistema socializado —como en Gran Bretaña— el gobierno ES la compañía de seguros. Por lo tanto, una apelación a los tribunales se convierte en un acto de inutilidad. No existe un contrato por escrito: la cobertura se proporciona según los términos de una ley que los tribunales interpretarán. Dado que el tribunal es realmente una parte del gobierno, los costos para el gobierno entrarán en el cálculo. Si los jueces del gobierno se manifiestan a favor de los burócratas del gobierno, no hay apelación. Todo lo que el individuo puede hacer es aceptar lo inevitable y prepararse para las consecuencias, que en estos casos bien puede ser la muerte.

Esa es la situación en la que se encontraron los padres de Charlie Gard y Alfie Evans. Charlie Gard tenía el síndrome de deficiencia de ADN mitocondrial. Alfie Evans sufría de una "afección neurológica degenerativa". Ambos casos son extremadamente raros y el sistema médico de Gran Bretaña se negó a tratarlos. Las autoridades juzgaron que sus casos estaban fuera de toda posibilidad de estabilización y/o recuperación. Lo único que podía hacer era mantenerlos lo más confortablemente posible y esperar lo inevitable.

Por supuesto, en el mundo burocrático, siempre hay dos conjuntos de razones para una decisión. Existe la razón dada y luego la razón real. En el caso de ambos niños, la razón dada fue una variación del eslogan "muerte con dignidad". Ambos iban a morir, el valor de sus vidas era insignificante, y lo más apropiado era poner fin a su sufrimiento con el menor dolor posible.

Las verdaderas razones implican un alto grado de especulación ya que están envueltas en sigilo. En este caso, la razón más probable no es difícil de deducir. La llamada "finalización de la atención de la vida" es mucho menos costosa que cualquier intento de curar la enfermedad. La morfina es barata. En estos casos, el mayor argumento en contra de su uso, la posibilidad de adicción, no se considera. Las enfermeras administran suficiente medicamento para que el paciente se sienta "cómodo" y luego esperan el momento en que el sueño inducido por la droga se vuelva permanente. El hospital llama a consejeros para mitigar el dolor de los seres queridos y asegurarles que están "haciendo lo correcto".

El difunto Alfie Evans y sus esforzados padres

En ambos casos, los padres no querían consuelo, querían tratamiento. Pudieron encontrar autoridades competentes que no estaban encadenadas al Servicio Nacional de Salud en otros países, en el caso de Charlie en los Estados Unidos, en el caso de Alfie en Roma. En ambos casos, sin embargo, los funcionarios británicos dijeron que los niños no podían ser trasladados.

La razón dada no tiene sentido. Si estos casos estuvieran realmente fuera de toda esperanza, ¿qué podrían temer los médicos al permitir que sean tratados en otro lugar? Una vez más, podemos suponer que las verdaderas razones sean diferentes.

La hipótesis más siniestra es que las burocracias pasaron al modo de autoconservación. Si alguno de estos niños hubiera sido salvado por médicos fuera de Gran Bretaña, ¿qué efecto tendría eso en la confianza pública en las decisiones del Servicio Nacional de Salud? ¿Solicitarían otros padres un tratamiento costoso e incierto para sus hijos? ¿Aquellos cuyas condiciones se han etiquetado como crónicas exigirían una reevaluación? ¿Los seres queridos de los ancianos costosos estarían menos dispuestos a aceptar la eutanasia (llamada por cualquier otro nombre)? Los costos de estos casos podrían dispararse desproporcionadamente.

La posibilidad menos siniestra, pero aún preocupante, es que el estado de la medicina británica bajo el Servicio Nacional de Salud no haya seguido el ritmo del resto del mundo. No es frecuente que los grandes avances médicos se den en países con sistemas médicos socializados. La investigación es costosa. Las compañías farmacéuticas no están dispuestas a llevarla a cabo ellas mismas a menos que exista la posibilidad de obtener un beneficio. Al negar los efectos positivos de un sistema de mercado, los socialistas, intencionalmente o no, tienden a anquilosar cualquier proceso tecnológico o científico. ¿Ha sucedido eso en Gran Bretaña? ¿Han emigrado sus mejores mentes médicas a países en los que sus talentos serán recompensados ​​económicamente? ¿Cuál sería la reacción pública si la gente comenzara a creer en ello? Gran Bretaña se convertiría en una especie de ghetto médico cuyos servicios solo serían confiables para quienes no tienen otra opción.

Así, la referencia que hizo Churchill de la Gestapo cobra vida en el Servicio Nacional de Salud. Sus apariencias y métodos externos son diferentes, pero una ideología común los une. La Gestapo usaba uniformes negros. El SNS usa batas de laboratorio o sucedáneos. La Gestapo se apoyó en el miedo. El SNS se apoya en las normas, la burocracia, la indiferencia y la ofuscación. Sin embargo, el mensaje es el mismo: la vida incómoda para el Estado debe terminar.

En definitiva, Churchill tenía razón. La única forma de que el socialismo funcione es a través de una Gestapo. Los socialistas de hoy pueden pensar que están por encima de tales cosas, pero no lo están. Todo lo que uno tiene que hacer es observar su actuación en los lugares más socialistas de los Estados Unidos: los campus universitarios. Allí, los miembros de la Gestapo usan jeans desgastados y camisetas negras, pero el mensaje es el mismo. Si uno les es inconveniente, mejor que se salga del camino de lo que ellos llaman “progreso”, sea lo que sea.











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