LOS ATENTADOS DE BRUSELAS Y LA SEMANA SANTA

Pasión de Cristo, Pasión de la Iglesia, Pasión de la Civilización cristiana

por Julio Loredo de Izcue

Cuando esta mañana vi las ambulancias y los vehículos de la Policía con sus sirenas ululantes yendo velozmente en un sentido, mientras masas de gente huían presas del pánico en sentido opuesto, comprendí que algo andaba mal. Estas bombas han explotado en el corazón y en el alma de los europeos, y levantan una serie de preguntas que giran en torno de una cuestión central: ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Cuando en una guerra una parte quiere combatir mientras la otra sólo quiere dialogar, ya se sabe cuál será el resultado.

BRUSELAS – Cuando esta mañana [N. del E.– del martes 22 de marzo] vi las ambulancias y los vehículos de la Policía con sus sirenas ululantes yendo velozmente en un sentido, mientras masas de gente huían presas del pánico en sentido opuesto, comprendí que algo andaba mal. Me encontraba a menos de 100 mts. de la estación de metro de Maelbeek, cuando allí explotó la bomba terrorista que ha segado la vida de 22 personas, dejando 106 heridos. La ciudad ya se hallaba en polvorosa a causa de las explosiones ocurridas dos horas antes en el aeropuerto de Zaventem, que han dejado otros 14 muertos y 81 heridos.

En pocos minutos, la zona fue acordonada y soldados en posición de combate han tomado el control de las calles del Barrio Europeo, donde se encuentran las instituciones europeas y también el Bureau de representación de las TFPs. Ni siquiera mi credencial de periodista me ha servido para atravesar este muro de seguridad, más allá del cual aún podían oírse disparos de armas de fuego. A mi pedido de informaciones, el oficial que comandaba un destacamento repetía, temblando de ira: “C’est la guerre, monsieur, c’est la guerre!”. De hecho, el nivel de alerta nacional ha sido elevado a 4, es decir, el último paso previo a una declaración formal de guerra.

Los terroristas islámicos han querido golpear el corazón de la Unión Europea, tal vez como represalia por la operación de seguridad que la semana pasada llevó a abatir a un terrorista y capturar a otro, que en noviembre pasado había tomado parte en los atentados de París.

Más que en el aeropuerto y en el área metropolitana, sin embargo, estas bombas han explotado en el corazón y en el alma de los europeos, y levantan una serie de preguntas que giran en torno de una cuestión central: ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo ha sido posible que un país europeo, que ya estaba en estado de alerta máxima, fuese incapaz de proteger a sus propios ciudadanos?

Canciller europea Federica Mogherini: Llanto explicable, inercia inexplicable.

Me viene a la mente la imagen de Federica Mogherini, la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, llorando durante la conferencia de prensa en la que daba cuenta de los atentados. Son comprensibles las lágrimas de una mujer de cara a la enorme tragedia humana. Pero es desconcertante que la ministra del Exterior de Europa no haya esbozado ninguna reacción más allá de un genérico “continuamos unidos”.

Inquietante es también la reacción del Papa Francisco, que se ha limitado a condenar genéricamente “la violencia ciega”, cuando cualquier hombre común de la calle en Bruselas se da cuenta, de modo perfectamente claro, que se trató de atentados islamitas contra un País europeo y cristiano. O sea, perfectamente dirigidos.

Homenaje popular a las víctimas de los atentados (Foto AP de Martin Messner).

Más realista fue el Primer Ministro francés Manuel Valls: “Estamos en guerra, Hace meses que Europa sufre verdaderos actos de guerra. EI DAESH [Estado Islámico] nos ha declarado la guerra y debemos estar en condiciones de responder”.

Tal vez no carece de significado el hecho que estos atentados ocurrieran en plena Semana Santa, es decir, la semana en la cual conmemoramos la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Hoy el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, y su expresión temporal, la Civilización Cristiana, se ven golpeados por hombres increíblemente malvados que quieren su destrucción, como otrora el populacho hebreo clamaba por la muerte de Jesús.

Al escuchar de boca de San Remigio el relato de la Pasión, los guerreros francos al mando de Clodoveo, recién convertidos al cristianismo, golpeaban sus espadas sobre los escudos clamando: “¡Si hubiésemos estado allí, esto no hubiera ocurrido!”. Era un grito de indignación, fruto del amor a Dios, que ya hacía presagiar la epopeya de la Francia medieval: Gesta Dei per francos.

Y es precisamente esta santa indignación que hoy falta a los líderes europeos, temporales y espirituales. Si la indignación de los francos de ayer hacía presagiar futuras epopeyas, el espíritu dialogante y flexible de los dirigentes europeos de hoy hace presagiar toda clase de compromisos y concesiones.

Ahora bien, cuando en una guerra una parte quiere combatir mientras la otra sólo quiere dialogar, ya se sabe cuál será el resultado.

Cristianos asesinados por Al Qaeda en Siria. Nosotros dialogamos, ellos crucifican...

Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo, sufriente en la Cruz, por medio de María Santísima, Madre Dolorosa, que haga caer de nuestros ojos las escamas de la ceguera moral y espiritual, y haga bajar del Cielo aquellas gracias que ya una vez condujeron a la reconquista del Santo Sepulcro. He aquí una meditación muy “aggiornata”, para esta Semana Santa.











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