ELECCIONES REGIONALES Y MUNICIPALES 2014

La activista, los gangsters y el perfume de la virtud

El balance de las elecciones regionales y municipales nos muestra aspectos alentadores de un lado, seriamente preocupantes del otro. ¿Cómo explicar ese contraste?

Lo positivo: el izquierdismo se esfuma

En Lima, la elección tuvo un inesperado tinte ideológico. La alcaldesa saliente, Susana Villarán, que concurría a la reelección, había intentado dar a su gestión —que para alivio general llega a su fin—, un febril ímpetu revolucionario. Incorporó a su equipo edil un batallón de militantes de la “ideología de género” cuyas reivindicaciones —sobre todo las de los lobbies LGBTetc.— se afanó en imponer a como diera lugar. Pero al anteponer tan descaradamente el activismo caviar a los intereses ciudadanos, sumó desaciertos gerenciales en serie y por fin el pueblo no quiso saber más de ella, como lo atesta su magro 10,5% de votos.

Susana Villarán, al anteponer el activismo "caviar" a los intereses ciudadanos, sumó desaciertos en serie y por fin el pueblo no quiso saber más de ella.

Estos números sirvieron de paso para mostrar el bluff de la fuerza de la izquierda, o sea, su extrema debilidad. Porque revelaron una vez más que el limeño es conservador y no se casa con utopías, y menos aún con las antinaturales...

Pesarosa, Marisa Glave, una de las principales figuras del entorno ideológico de la alcaldesa, admite: “tenemos que ponernos a pensar seriamente el resultado actual y eso nos debe llevar a una reflexión ... qué cosa es lo que nos está diciendo el país ... en particular, a los que formamos agrupaciones de izquierda” [1].

Lo negativo: los candidatos-delincuentes

Por otro lado, a nivel regional esta elección desnudó la generalizada falta de idoneidad moral en muchos candidatos que más parecieron aprendices de gangsters en el peor estilo "El Padrino".

Nueve postulantes a presidentes regionales, ya electos o que pasaron a la segunda vuelta, están imputados en la Justicia por diversos delitos, dos de ellos en cárcel. De los presidentes y alcaldes salientes, varios están igualmente enjuiciados o presos. Entre los que concurrieron a cargos municipales se cuentan cerca de 400 investigados o procesados por delitos graves como asesinatos, proxenetismo, narcotráfico (¡124, nada menos! [2]), defraudación fiscal, tráfico de influencias, minería y tala ilegal, etc.; ¡y sin embargo, muchos de ellos recibieron considerable votación! Esto se debe a que, como escribe Enrique Pasquet en “El Comercio” (6-10-2014), “para los electores todos los candidatos son delincuentes” y ya no logran vislumbrar alternativas honestas. A esto ha caído nuestro remedo de democracia...

No se puede cerrar los ojos a esta realidad: por detrás de las apariencias de una frágil prosperidad, la simbiosis creciente entre nuestro enclenque sistema político y la delincuencia podrá llevar a un colapso de las instituciones, de consecuencias imprevisibles, como lo advirtió Peter Anders, presidente de Perucámaras [3].

Déjame que te cuente... una escena perfumada

Qué contraste ofrece esta situación con los tiempos en que la función pública en el Perú era ejercida por personas aptas, preparadas y conscientes de su deber primordial de dedicarse al bien común. El influjo bienhechor de la civilización cristiana difundió ampliamente esa conciencia, lo cual permitió que abundaran en el virreinato figuras públicas de probada virtud, hoy relegadas a un inmerecido olvido.

Francisco Teodoro de Croix, 34° Virrey del Perú.

Una de las más notables es don Francisco Teodoro de Croix, 34° Virrey del Perú (1784-1790). Militar distinguido, perteneciente a una alta estirpe de Flandes emparentada a casas reales, su gestión fue “pulcra, extremadamente honesta”, y en ella, dice Sebastián Lorente, “gozó el Perú días tranquilos y de una prosperidad creciente” [4]. Entre sus realizaciones se cuentan la creación de las 7 Intendencias del Perú y 2 de Chile, de la Audiencia de Cuzco, y de los tribunales de Minería y de la Santa Hermandad, además de importantes obras públicas. También saneó las finanzas y por primera vez se equilibraron las cuentas fiscales.

En lo personal, el Virrey de Croix se destacó tanto por su probidad como por su generosidad extrema. Empleaba la mayor parte de su sueldo en socorrer de mil maneras a los pobres, al punto que “a poco andar de su gobierno, no había en Lima más que un pobre, y ese pobre era el Virrey”, refiere José Antonio de Lavalle. Se le veía frecuentemente dando él mismo la colación a los necesitados en el convento de San Francisco, a la par de los frailes. Y todos los sábados atendía a mendigos en el patio del Palacio para darles generosa limosna.

Sintiéndose enfermo, en 1790 pidió su relevo, y tras entregar el cargo a su sucesor se instaló en la casa de los Padres del Oratorio de San Felipe de Neri, a aguardar la nave que lo conduciría a Panamá. En ese intervalo continuó, ya sin dinero, ayudando a los pobres como le era posible, incluso despojándose de pertenencias personales para repartirlas entre ellos.

La víspera de su partida apareció tarde en la casa una madre de familia “que le manifestó que no tenía con qué dar de comer aquella noche a sus hijos y todo lo demás del caso. Oyóla don Teodoro pacientemente, y diciendo: ’No es posible que la última pobre que me pide en Lima se vaya con las manos vacías’, sacó la espada que ceñía, la rompió cerca de la empuñadura que era toda de plata, volvió la hoja a la vaina y dio aquella a la pobre”. Al día siguiente, en camino al Callao, la multitud que le acompañaba entre agradecida y entristecida “observó, con asombro, que llevaba la espada sin empuñadura” [5].

Vista de la Plaza Mayor de Lima en el siglo XIX, tal como era en la época del Virrey de Croix. A la derecha, Palacio de Gobierno.

Llegado a España, fue homenajeado en la Corte y condecorado con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Y rodeado del aprecio general falleció en Madrid un año después.

La escena del noble Virrey donando la empuñadura de su espada merecería ser retratada por algún gran pintor. De ella emana como un perfume de virtud, una suave fragancia de verdadero amor al prójimo y de desprendimiento personal (la espada es el objeto más preciado de un militar). Y, mucho más que cualquier tratado sociológico a favor de la Nobleza, nos da una idea viva de lo que es la abnegación, la nobleza de alma, y la atmósfera de dulzura de vida que se respiraba en los felices días de la civilización cristiana.

Una lección y un convite

Napoleón Bonaparte decía que la educación de un niño comienza 100 años antes de nacer. La frase tiene mucho de verdadera, sobre todo en el caso de funciones dirigentes. La formación de un gobernante, por ejemplo, es tarea compleja, y una tradición familiar de servicio al bien común, como se la cultiva en las familias nobles, puede favorecerla extraordinariamente.

En sentido opuesto, cuando la conducción política pasa a manos de sujetos advenedizos y sin preparación —como se volvió habitual en el régimen actual— el campo queda abonado para la demagogia, la corrupción y la rapiña. Y la proliferación de tales elementos (¡ni siquiera faltó uno que se jactara de haberse robado dinero público “en carretilla”! [6]) hace que el Perú de hoy esté, en materia electoral, en una situación miserable, no muy diferente del hijo pródigo de la parábola (Lucas 15, 11-32), viéndonos obligados a consumir la “comida de los cerdos”, es decir lo peor, lo más deleznable, lo nauseabundo.

Pero la propia evidencia de esa miseria contiene una lección y un convite: si estamos así, es porque hemos abandonado la “casa paterna”, el orden cristiano. Y debemos emprender el camino de regreso a ese orden, porque él es nuestra raíz vital, nuestra identidad y nuestro único futuro posible.







[4Sebastián Lorente, Mark Thurner, Escritos fundacionales de Historia Peruana, Fondo Editorial de la UNMSM, 2005, pág 192.

[5José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra oyó este episodio del hermano portero del Oratorio, que fue testigo del mismo. Ver La espada sin empuñadura, “Lima en el IV Centenario de su Fundación – Monografía del Departamento de Lima”, Editorial Minerva, Lima, 1935.





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