LECCIONES DEL CACEROLAZO

Argentina: Gobierno sin control, oposición sin rumbo, población indignada

Luis Dufaur

Golpeando ollas y exhibiendo toda clase de carteles de protesta de confección casera, alrededor de 700.000 porteños se congregaron alrededor del obelisco central de Buenos Aires para manifestar su insatisfacción e incluso su cólera con relación al rumbo nacionalista-izquierdista que la presidente Cristina Kirchner viene imponiendo al país.

Tal multitud constituye la punta de un inmenso iceberg, símbolo de un país entero.

“Cacerolazos” simultáneos ocurrieron delante de la Casa Rosada y de la residencia presidencial de Olivos, en barrios centrales y periféricos, así como en las principales capitales de Argentina.

Las quejas populares captadas por la prensa durante la manifestación abarcaban uno de los más amplios abanicos de descontentos que nuestra época haya podido reunir.

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La viuda del expresidente Kirchner viene prolongando la obra de demolición iniciada por su marido, atropellando las instituciones, las categorías sociales, las costumbres y los símbolos más venerados por los argentinos.

El llamado “estilo K”, adoptado por los gobiernos del matrimonio Kirchner, consiste en atropellar los espíritus sin convencerlos, para implantar con arrogancia y vulgaridad una Revolución Cultural y un socialismo invasor.

Para ello se viene sirviendo de un equipo burocrático-sindicalista que —según la opinión de corresponsales de medios extranjeros— se asemeja más a un clan mafioso.

Comúnmente conocida como “La Cámpora”, dicho equipo reúne a militantes de izquierda, herederos revanchistas de los antiguos grupos guerrilleros marxistas —algunos son hijos de ex terroristas— y de la izquierda católica.

Bajo una bandera nacionalista, tal equipo venía conduciendo una sistemática agresión de raíz igualitaria contra las clases media y alta —las más cultas del país— sus costumbres y sus propiedades.

Pero las consecuencias de esa embestida se hacían sentir también sobre los clases populares: asombrosa degradación de los servicios públicos; criminalidad casi descontrolada; Poder Judicial envilecido y puesto al servicio de la prepotencia izquierdista; una inflación que devora sueldos y ahorros; un acelerado proceso de destrucción de la familia.

Por fin, en medio de un torrente de artificios legales, el núcleo de poder del gobierno Kirchner manifestó la voluntad de reformar la Constitución para reelegir a la actual presidente, siguiendo el sistema utilizado por Chávez en Venezuela.

Como para tal reforma el gobierno no posee mayoría, el pueblo argentino se dio cuenta de que las formalidades legales no serían respetadas.

Fue entonces que, como observó el diario “Le Figaro” de París, la cólera y la saturación se desbordaron en forma de macizas manifestaciones populares de protesta contra el conjunto de abusos izquierdistas.

Misterios de la situación argentina

Si existe algún misterio en la duración del “estilo K”, no parece que deba ser buscado en el clan ideológico enquistado en el gobierno.

Sería tarea fácil para las fuerzas políticas opositoras, si ellas quisiesen, presentar una opción viable de poder, y hasta quedarse con las redes del gobierno. Pero ni siquiera la ambición ni el interés personal las impulsaron a movilizarse con un mínimo de inteligencia.

Resultado: en el inmenso “cacerolazo” del 8 de noviembre último, también ellas fueron señaladas por las multitudes como responsables por el malestar nacional.

Los argentinos no se sienten representados por la oposición y un inmenso vacío ha queado abierto entre el pueblo y los que deberían representarlo.

Una inmensa incógnita tomó cuerpo en la Argentina

De un lado, el equipo gubernamental aparece cada vez más prepotente y al mismo tiempo cada vez más impotente, incapaz de conducirse en sus funciones, repudiado hasta por muchos de los que por él votaron.

De otro lado, la oposición política, sin líderes, sin ideas, sin alternativas, apenas un poco menos repudiada por la población que el gobierno. Así, el vacío es una realidad del presente que abre una gran incógnita para el futuro.

El horizonte no sería tan pesadamente brumoso si la influencia de la jerarquía eclesiástica se hiciese sentir benéficamente sobre la población que, en encrucijadas como la actual, se vuelve compactamente hacia sus raíces católicas.

Pero, quien analiza la posición de la Conferencia Episcopal Argentina y del clero católico considerado en su conjunto, se depara con una actitud que durante mucho tiempo no fue muy diferente de la de una esfinge de Egipto. Hasta que por fin, a fines de noviembre una declaración conjunta del Episcopado advierte algunos de los males de la situación actual, pero no enuncia ningún llamado concreto a la acción, más allá de una vaga invitación a “generar contextos de encuentro” y al “diálogo” [1]. Si la voz de la Iglesia queda sólo en eso, puede preverse que todo seguirá exactamente como hasta ahora.

Entonces, ¿qué es lo que le espera a Argentina?

El prodigioso desorden y lo imprevisible del panorama civil y religioso argentinos anuncian acontecimientos futuros cada vez más inciertos, descontrolados y hasta contradictorios.

La indiferencia de la opinión pública argentina a las propuestas nacionalistas de cuño izquierdista del gobierno; su desconfianza con relación a la oposición; el desprestigio de la izquierda católica y del clero progresista, están produciendo un divorcio inmenso entre el país oficial y la Argentina real.

Ciudadanos y políticos en el campo civil, fieles y clero en el campo religioso, no se entienden más.

Predominan la insatisfacción y la ebullición del temperamento popular contra todos estos factores de desorden.

Hasta se podría evocar una analogía histórica con el desmoronamiento del Imperio Romano de Occidente, cuando ocurrieron fenómenos semejantes de desarticulación en el gobierno y desorganización en la sociedad.

Pero hay en la Argentina un elemento superior, que los autores del caos actual fingen no ver: su Patrona, Nuestra Señora de Luján. ¡De Ella aguardamos la última palabra!











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