¿Partida de nacimiento de una nueva Iglesia?
Julio Loredo de Izcue
El sábado pasado se clausuró en Roma la primera sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad, con la publicación de un “Informe de síntesis”. Quienes esperaban un documento incendiario, que se abriera a las reivindicaciones más espinosas de las facciones progresistas, como el sacerdocio femenino, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los derechos LGTB, etc., quedaron decepcionados. El Documento Conclusivo no concluye nada, sino que lo deja todo sin resolver. Esto ha llevado a algunos a restarle importancia. Algunos comentaristas del ámbito conservador incluso cantaron victoria: se habría evitado una revolución en la Iglesia. En particular, los alemanes se sintieron muy frustrados al ver que su notorio Synodaler Weg poco ha contado al final.
Parece, en efecto, que en el seno de la Asamblea sinodal hubo algunos desacuerdos no despreciables, sobre todo por parte de los representantes de Europa Central y Oriental, Australia y el Tercer Mundo, y que ello enfrió bastante el ardor de las facciones progresistas en las cuestiones más candentes, especialmente en el terreno moral. En este sentido, el Documento puede representar una victoria a medias.
Permítanme, sin embargo, hacer también una lectura diferente (y preocupada). En realidad, el Informe de Síntesis trata de la esencia misma del proceso sinodal: la reforma de la Iglesia, encaminada a la constitución de una nueva “Iglesia sinodal”, de la que el Documento puede considerarse una especie de partida de nacimiento. En este sentido, tiene un significado histórico. El sacerdocio femenino, el matrimonio homosexual y otras cuestiones similares eran en realidad puntos secundarios ante el gran proyecto sinodal, es decir, cambiar la estructura misma de la Iglesia en sus tres ejes fundamentales: su constitución jerárquica, su enseñanza y su praxis; o, si se quiere, en el munus regendi, docendi y sanctificandi*. En este sentido, el Informe de Síntesis es un documento profundamente revolucionario.
El carácter revolucionario del Documento es evidente no sólo por lo que afirma, sino más bien por lo que insinúa. En efecto, el Informe no presenta conclusiones, sino que plantea interrogantes, propone directrices, abre el camino hacia ellas y sopla en esa dirección: “La Asamblea no es un acontecimiento aislado, sino una parte integrante y una etapa necesaria del proceso sinodal” [1]. Por eso habla de una “dinámica sinodal”, es decir, de un proceso continuo. Sin embargo, una lectura atenta del Informe muestra una lógica muy profunda que une y da sentido a todas las propuestas. No es otra que la Iglesia “pneumática”, “carismática” o “profética” soñada por las corrientes más impulsoras del progresismo.
En este sentido, es útil leer el análisis que Plinio Corrêa de Oliveira hizo en 1969 de la “Nueva Iglesia” propuesta entonces por las corrientes llamadas “proféticas”. Los paralelismos con el actual proceso sinodal son sorprendentes [2]. También podemos detectar sorprendentes paralelismos con el modelo de “Iglesia Neumática” propuesto por las corrientes más actuales de la Teología de la Liberación [3].
Una nueva forma de “hacer Iglesia”
La revolución sinodal empieza por la forma de dirigir la Asamblea. Marshall McLuhan dijo que “el medio es el mensaje”. Podemos decir: el Sínodo es la Revolución. En otras palabras, la propia forma en que se desarrolla la Asamblea muestra la nueva eclesiología.
En el Sínodo sobre la Sinodalidad se inauguró una nueva forma de “hacer Iglesia”. “En esta primera sesión que hemos vivido [del Sínodo], hemos podido vivir juntos con un solo corazón y una sola alma. (...) En la multiplicidad de intervenciones y la pluralidad de posiciones, resonó la experiencia de una Iglesia que aprende el estilo de la sinodalidad”.
La propia disposición del recinto sinodal estaba pensado para transmitir esta nueva eclesiología, circular y ya no piramidal: “La forma misma en que se desarrolló la Asamblea, empezando por la disposición de las personas sentadas en pequeños grupos en torno a mesas redondas, es emblemática de una Iglesia sinodal”.
Ya en la Introducción, el Informe explica que el Bautismo nos hace “uno”, puesto que todos vivimos de la misma vida del Espíritu Santo. Sin afirmarlo –pero insinuándolo repetidamente–, el Informe da a entender que esto establece una igualdad sustancial en el “Pueblo Santo de Dios”. Las diferencias en la Iglesia serían diferentes “ministerios”, sin que ello caracterice una verdadera “jerarquía”. El propio Papa, como veremos, sería casi un punto de referencia: “Nos reunimos en Roma en torno al sucesor de Pedro”.
Una nueva “Iglesia sinodal”
La “sinodalidad”, concepto repetido no menos de 192 veces (¡!), se convierte en la clave para reinterpretar toda la Iglesia. En otras palabras, hay que repensar toda la Iglesia en clave “sinodal”: “Los términos ‘sinodal’ y ‘sinodalidad’ indican un modo de ser Iglesia que articula comunión, misión y participación”, es decir, todo. Así, hay un “modo sinodal” de dirigir la Iglesia, un “modo sinodal” de presentar su doctrina, un “modo sinodal” de realizar sus rituales, un “modo sinodal” de rezar, etc.
La sinodalidad –es decir, la forma en que los fieles se relacionan entre sí– se convierte así en el fundamento mismo de la Iglesia, en detrimento de cualquier estructura: “Es precisamente esta experiencia y este deseo de una Iglesia más cercana a la gente, menos burocrática y más relacional lo que se ha asociado a los términos ‘sinodalidad’ y ‘sinodal’. Sería tarea del proceso sinodal perfilar “el rostro de la Iglesia sinodal, presentando los principios teológicos que iluminan y fundamentan la sinodalidad”. Aquí el estilo de la sinodalidad aparece como una forma de actuar y operar en la fe”.
- “No estamos sentados en orden jerárquico, sino alrededor de mesas redondas", subrayó el Cardenal J.-C. Hollerich en su discurso inaugural. Un símbolo de una nueva iglesia que ha sido aplaudido por los "progresistas"
La “experiencia”
El término “experiencia” se utiliza no menos de 53 veces en el Informe, y constituye un hilo conductor. Todo nace, se desarrolla y termina en la “experiencia” de los fieles, es más, en la “experiencia vivida”. La Asamblea General del Sínodo no pretendía definir ninguna doctrina, sino “vivir la sinodalidad”, “tener una experiencia compartida”, “tener una experiencia humana”, “tener una experiencia de encuentro”, etcétera.
Esta apelación constante a la “experiencia” –en detrimento de la investigación teológica, o al menos racional– recuerda la herejía modernista de principios del siglo XX. Los modernistas negaban que el hombre pudiera llegar al conocimiento de Dios (agnosticismo), y fundaban la Fe en el “sentimiento religioso”, es decir, en la experiencia de la actuación divina en el alma. Leemos en el Programa de los modernistas: “El conocimiento religioso es la experiencia real de lo divino operando en nosotros y en todo” [4]. Así se elimina de raíz toda posibilidad de una Verdad objetiva. La propia Iglesia sería un producto de la experiencia colectiva, es decir, la asociación de conciencias individuales que ponen en común sus experiencias religiosas. En resumen, la Iglesia sería una emanación vital de la colectividad de los fieles, y no una sociedad sobrenatural fundada directamente por Nuestro Señor Jesucristo.
Una Iglesia carismática
Según el Informe, debemos experimentar concretamente el soplo del Espíritu Santo, que es el alma del Sínodo y de la Iglesia. Pero cuidado: no se trata de estudiar la teología del Espíritu Santo, sino de sentir su acción inmanente. Por eso, en los círculos más pequeños (las mesas redondas), uno se detenía de vez en cuando para recogerse en oración y escuchar la voz del Espíritu en el fondo del alma: “La conversación en el Espíritu es un instrumento que, aun con sus limitaciones, es fecundo para permitir una escucha auténtica y discernir lo que el Espíritu dice a las Iglesias”.
La acción del Espíritu Santo, consecuencia del Bautismo que reciben todos los creyentes, garantiza la igualdad de todos en la Iglesia, eliminando prácticamente toda jerarquía. El soplo del Espíritu es el mismo en el Papa que en los laicos: “Todos hemos sido bautizados por medio de un solo Espíritu en un solo cuerpo. Por tanto, entre todos los bautizados existe una verdadera igualdad de dignidad y una responsabilidad común por la misión”. La existencia de diferentes “vocaciones” en el Pueblo de Dios no invalida esta igualdad fundamental, porque constituye simplemente un “signo carismático”.
Puesto que el Espíritu es uno, esta acción en las almas debe conducir a un consenso entre los fieles. Este consenso se convierte en el criterio de la Verdad y de la praxis en la Iglesia: “Por la unción del Espíritu, todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, llamado sensus fidei. Consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas y en la aptitud para captar intuitivamente lo que es conforme a la verdad de fe. Los procesos sinodales potencian este don y permiten verificar la existencia de ese consenso de los fieles (consensus fidelium) que constituye un criterio seguro para establecer si una determinada doctrina o práctica pertenece a la fe apostólica”.
Y por eso el Informe, al tiempo que oscurece los aspectos estructurales, subraya la “dimensión carismática de la Iglesia”. Y afirma: “El Santo Pueblo de Dios reconoce [en los carismas] la ayuda providencial con la que Dios mismo sostiene, orienta e ilumina su misión”.
De este modo –como predijeron las corrientes “proféticas” desde los años 60– la Iglesia pasa a fundarse no en el triple munus* de la Jerarquía, sino en los carismas del Espíritu, que “sopla donde quiere”.
Un nuevo concepto de Sacramento
Bajo esta luz, los Sacramentos adquieren un carácter “comunitario”, es decir, “sinodal”. Por ejemplo, la Santa Misa ya no sería una renovación del sacrificio del Calvario, sino una reunión del Pueblo de Dios: “La celebración de la Eucaristía, especialmente los domingos, es la primera y fundamental forma de reunión y encuentro del Pueblo Santo de Dios. Donde no es posible, la comunidad, aunque lo desea, se reúne en torno a la celebración de la Palabra”.
La Iglesia: una “comunión de Iglesias”
En la lógica de una “Iglesia carismática”, también cambia toda la estructura. Rechazando cualquier “clericalismo”, el Informe revisa cada sector de la Iglesia, reinterpretándolo bajo esta nueva luz.
Por ejemplo, sin negar que el obispo es el sucesor de los Apóstoles, el Informe reinterpreta su papel: “El obispo se pone al servicio de la comunión que tiene lugar en la Iglesia local. (...) Tiene en particular la tarea de discernir y coordinar los diferentes carismas y ministerios suscitados por el Espíritu para el anuncio del Evangelio y el bien común de la comunidad. Este ministerio se realiza de manera sinodal cuando el gobierno se ejerce en corresponsabilidad”. En otras palabras, el obispo pierde el poder de gobernar, enseñar y santificar su diócesis, y queda reducido a la situación de “facilitador” de los carismas que soplan en su grey. El obispo, dice el Informe, debe “iniciar y animar el proceso sinodal en la Iglesia local, promoviendo la circularidad”.
La lógica de la “Iglesia carismática” afecta también el papel del Papa: “La dinámica sinodal arroja también nueva luz sobre el ministerio del Obispo de Roma. La sinodalidad, en efecto, articula de manera sinfónica las dimensiones comunitaria (‘todos’), colegial (‘algunos’) y personal (‘uno’) de la Iglesia a nivel local, regional y universal. En tal visión, el ministerio petrino del Obispo de Roma es intrínseco a la dinámica sinodal, como lo son el aspecto comunitario que incluye a todo el Pueblo de Dios y la dimensión colegial del ministerio episcopal”.
Surge así el modelo de una nueva Iglesia. Puesto que todo el “Pueblo Santo de Dios” está animado por el Espíritu Santo, cada realidad en la que se reúnen los fieles constituye una “Iglesia”: la familia, la parroquia, la diócesis, la nación, el continente, y así sucesivamente hasta la Iglesia universal, que de este modo aparece como una “Comunión de Iglesias”. Así pues, independientemente de lo que se practique o se diga todavía hoy en otros lugares, la Iglesia conjeturada por el documento sinodal “Informe de síntesis” abandonará su estructura jerárquica y asumirá los rasgos de una red de comunidades, ya no unidas por la misma autoridad y el mismo Magisterio, sino libremente animadas por el soplo del Espíritu.
[1] Todas las citas están tomadas del texto oficial publicado por el Vaticano: https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2023/10/28/0751/01653.html.
[2] Plinio Corrêa de Oliveira, “Hacia una Iglesia-Nueva”, Tradition Family Property, octubre de 2017. https://www.atfp.it/rivista-tfp/2017/254-ottobre-2017/1357-verso-una-chiesa-nuova.
[3] Cf. Julio Loredo, Teología de la Liberación. Un salvavidas de plomo para los pobres, Tradición y Acción por un Perú Mayor, 2015, pp. 179-189.
[4] [Ernesto BUONAIUTI], El programa de los modernistas, s/e, 1907, p. 96.
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