¿La gloria de Dios en las alturas es un aspecto secundario de la Navidad?

por Plinio Corrêa de Oliveira

Con su inspirada pluma, nuestro maestro el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira escribió estas reflexiones navideñas en 1963. En ellas, luego de una hermosa introducción sobre el amor mutuo entre el Niño Dios y la Virgen Madre, medita el cántico de los ángeles: ¿Importa más la paz en la tierra que la gloria de Dios? ¿Debemos descartar a Jesús cuando nos parezca un obstáculo para alcanzarla? ¿Debemos dejar de luchar contra el mal para ser pacíficos? En suma, ¿son auténticas la paz y la buena voluntad que no se basan en el amor a Dios?
Los subtítulos son nuestros.


Descansáis, Señor, en vuestro misérrimo y augustísimo pesebre, bajo los ojos de la Virgen, vuestra Madre, que vierten sobre Vos los tesoros inagotables de su respeto y su cariño. Nunca una criatura ha adorado a su Dios con una humildad tan profunda y respetuosa. Nunca el corazón de una madre ha amado a su hijo con más ternura. Recíprocamente, Dios nunca ha amado tanto a una mera criatura. Y nunca un hijo amó a su madre tan plenamente, tan enteramente, tan superabundantemente.

Toda la realidad de ese sublime diálogo entre almas puede contenerse en las siguientes palabras, que aquí indicarían un océano de felicidad, y que en otra ocasión muy diferente habríais de decir un día desde lo alto de la Cruz: Madre, he ahí tu hijo. Hijo, he ahí tu Madre (cf. Jn 19, 26). Y, considerando la perfección de este amor mutuo entre Vos y vuestra Madre, sentimos el canto angelical que se eleva desde lo más profundo de toda alma cristiana: “Gloria a Dios en lo alto del Cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” ( Lc 2, 14).

Mucho se habla de paz, poco de la gloria de Dios. ¿Será que aquella importa más?

“Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”: El juego, complicado pero veloz, de las asociaciones de imágenes me hace sentir inmediatamente que en muchas ocasiones, durante el año que finaliza, oí hablar de paz y de hombres de buena voluntad. Curioso... Me doy cuenta de que oí hablar menos, mucho menos, de la gloria de Dios en las alturas. De hecho, casi no oí hablar de ello. Ni siquiera implícitamente; porque se habla implícitamente de la gloria de Dios cuando se afirman sus derechos soberanos sobre toda la Creación y, por amor a Él, se reivindica el cumplimiento de su Ley por parte de los individuos, familias, grupos profesionales, clases sociales, regiones, naciones y toda la sociedad internacional.

¿Por qué este silencio, me pregunto? ¿Por qué los hombres quieren tanto la paz? ¿Por qué tantos hombres se enorgullecen de tener buena voluntad? ¿Y por qué son tan pocos los que se preocupan por la gloria de Dios y se ufanan de actuar y luchar por ella?

En otras palabras, ¿el hecho esencial de vuestra Santa Navidad, Señor, sería solo la paz en la tierra para los hombres de buena voluntad? ¿Y la gloria de Dios en lo más alto de los Cielos sería como que un aspecto colateral del gran acontecimiento de Belén, distante, confuso e insípido para los hombres?

Dicho aun de otra manera, ¿vale más la paz de los hombres que la gloria de Dios? ¿Vale la tierra más que el Cielo? ¿El hombre, entonces, vale más que Dios? ¿Y la paz en la tierra se puede obtener, conservar y aun incrementar sin tener relación alguna con la gloria de Dios?

Finalmente, ¿qué es un hombre de buena voluntad? ¿Es el que solo quiere la paz en la tierra, y es indiferente a la gloria de Dios en el Cielo?

Analicemos el cántico de los ángeles

Todas estas preguntas invitan a un análisis detenido del canto angelical.

¡Admirable profundidad de toda palabra inspirada! Tan simple que hasta un niño puede entenderlo, el canto de los Ángeles de Belén contiene, sin embargo, verdades de las más profundas.

¡Cuán provechoso es, pues, nutrir el espíritu con estas palabras, para participar debidamente de las fiestas de la Santa Navidad!

Ayudadnos, Madre Santísima, Trono de la Sabiduría, con vuestras oraciones, para que, iluminados por las claridades que brotan de Jesús, podamos entender el canto angelical, que es el comentario más perfecto y autorizado de la Navidad.

¿“Buena voluntad” significa desear el bienestar de todos?

“Hombre de buena voluntad”: ¿qué representa esto a los ojos de tantos y tantos de nuestros contemporáneos?

Para saberlo, basta preguntar: ¿buena voluntad hacia quién? La respuesta salta impetuosa e impaciente, como suele ocurrir cuando la pregunta tiene algo de ocioso porque indaga lo casi evidente. Obvio, pues, dirán muchos de nuestros coetános, buena voluntad hacia los demás. El que, ateo o seguidor de una religión, sea cual sea; adepto de la propiedad privada, del socialismo o del comunismo; desee que todos los hombres vivan alegres, en la abundancia, sin enfermedades, sin luchas, sin riesgos, aprovechando esta vida al máximo; ese es un hombre de buena voluntad.

Visto desde esta perspectiva, el hombre de buena voluntad es un artífice de la paz. Dice el refrán que “en casa donde falta el pan, todos pelean y nadie tiene razón”. Luego, donde hay pan todos tienen razón y hay paz. Donde hay pan, techo, medicinas, seguridad, con mayor razón hay paz, necesariamente.

La gloria de Dios sería superflua y hasta incómoda

¿Y la gloria de Dios? Para el “hombre de buena voluntad” así concebido, es un elemento superfluo para la paz en la tierra. Pues es del ordenamiento adecuado de la economía que se deriva el buen orden en la vida social y política y, por lo tanto, la paz.

“Superfluo” es decir poco, respecto a la gloria de Dios en el Cielo, considerada en función de la paz en la tierra. Como algunos hombres creen en Dios y otros no, y como entre los que creen hay diversidad en el modo de entender a Dios, este último puede actuar como peligroso promotor de divisiones, discusiones y polémicas. Dios es un señor que ha estado demasiado involucrado en polémicas durante miles de años. Para tener paz en la tierra es mejor no estar hablando todo el tiempo de Dios y su gloria en el Cielo.

Y además... ¡el Cielo es tan vago, tan lejano, tan incierto! Que los ángeles hablen de él es comprensible, porque allí viven. Pero nosotros, los hombres, cuidemos de la tierra.

Unir la gloria celestial a la paz terrena es para el “hombre de buena voluntad” algo tan incorrecto, superfluo y lleno de factores de lucha cuanto sería, por ejemplo, imprudente unir la Iglesia al Estado. La Iglesia libre del Estado y el Estado libre de la Iglesia, he aquí un anhelo muy típico del “hombre de buena voluntad”. La paz terrena liberada de implicaciones religiosas, y Dios en su Cielo y su gloria, sonriendo con los brazos cruzados a la tierra en paz, a tal distancia de la tierra que ni siquiera el Lunik1 la alcance; he ahí el ideal del “hombre de buena voluntad”.

No hay auténtica paz sin la gloria de Dios

Estas son las consideraciones del “hombre de buena voluntad” (entre comillas) cuyo corazón está lejos del Cielo, y cuya mirada solo se fija en la tierra.

Sin embargo, ¡cuánto divergen del sentido propio y natural del canto angelical!

En efecto, si la Navidad da gloria a Dios en lo más alto de los cielos y al mismo tiempo es fuente de la paz en la tierra para los hombres de buena voluntad —y eso fue lo que proclamaron los ángeles en su canto—, no se puede disociar una cosa de la otra. Si los hombres no dan gloria a Dios, no hay paz en el mundo. Y la guerra, considerando al culpable de la agresión, es incompatible con la gloria de Dios.

Vos, Señor Jesús, Dios humanado, sois el Príncipe de la Paz entre los hombres. Sin Vos, la paz es una mentira y, al fin y al cabo, todo se convierte en guerra.

Y como los hombres no entienden esto, buscan la paz por todos los medios, pero la paz no habita entre ellos.

La buena voluntad se fundamenta en el amor a Dios

Entonces, ¿qué es un hombre de buena voluntad, sino un hombre que ama a su prójimo? ¿Será acaso el que odia a su prójimo?

Al fariseo, que os llamó Buen Maestro, le preguntasteis: ¿Por qué me llamas bueno, si solo Dios es bueno? (cf. Lc 18, 19).

Si solo Dios es bueno, la auténtica buena voluntad es la que se vuelve enteramente hacia Dios y ama al prójimo, no por el mero amor al prójimo, sino por el amor a Dios. El hombre es tal que no puede amar a su prójimo simplemente por ser su prójimo. O lo ama por amor a sí mismo, y eso es egoísmo; o lo ama por Dios, y eso es amor verdadero.

En consecuencia, la “buena voluntad” agnóstica, y la paz terrenal que ella tiende a producir, no son ni auténtica buena voluntad ni verdadera paz.

Y el falso “hombre de buena voluntad” es, en último término, un sembrador de guerras y un artífice de ruinas.

Objeción: ¿cómo puede Jesús ser el fundamento de la paz, si ha despertado tanto odio?

Pero —alguien dirá—, ¿cómo puede Jesús ser el fundamento de la paz, si nadie como Él ha despertado tanto odio? El populacho, que había recibido de Él gran cantidad de favores espirituales y materiales de todo tipo, prefirió a Barrabás, un bandido. ¿No es eso odio? Contra Él, los emperadores movieron persecuciones atroces. Los arrios movilizaron en su contra todos los poderes de la tierra. Luego llegaron los mahometanos. Y luego, y luego... todas las grandes marejadas de la Historia, hasta el nazismo y el comunismo.

Digámoslo de paso —tal vez alguien añadiría—, Simeón expresó bien esta verdad, profetizando que Él sería a lo largo de la Historia una piedra de escándalo, un signo de contradicción para la muerte y resurrección de muchos (cf. Lc 2, 34). Dijo de sí mismo que trajo la espada a la tierra (cf. Mt 10:34). Por mejor que sea todo esto —un “hombre de buena voluntad” entre comillas podría argumentar— la verdadera paz, es decir, una plena y completa desmovilización de los espíritus, un cese total no solo de todas las guerras sino de todas las polémicas, no es posible con Jesucristo. La paz sólo es auténtica cuando se abstrae de todas las controversias, incluidas aquellas a las que Jesucristo —sin culpa propia, concede el “hombre de buena voluntad”— da ocasión.

La paz no excluye la lucha contra el mal

¿Sí? —Diría un auténtico hombre de buena voluntad, es decir, un hombre que ama a Dios con toda su alma.

En este caso, ¿sería por burla que la Escritura llama a Jesucristo Príncipe de la Paz (cf. Is 9, 6), y la Iglesia, haciéndose eco del Bautista (cf. Jn 1, 29 y 36), lo presenta como un manso Cordero al que los hombres deben pedir el don de la paz: “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem”2.

¿O es porque la verdadera paz no excluye la lucha del bien contra el mal, la polémica entre la luz y las tinieblas, el perpetuo aplastamiento de la cabeza de la Serpiente por la Virgen sin mancha, la hostilidad entre la raza de la Virgen y la raza de la Serpiente? La paz es el orden de Cristo en el Reino de Cristo. Por tanto, tiene como condición la lucha de los seguidores de Cristo contra los enemigos de Cristo. La paz de Cristo no se identifica en modo alguno con la falsa paz, sin luchas ni polémicas, del supuesto “hombre de buena voluntad”.

Tres grandes lecciones que recogemos

Tres grandes lecciones, oh Niño Dios, recogemos de vuestra Santa Navidad. Aprendemos que no hay paz en la tierra sin Vos. Que el auténtico hombre de buena voluntad no es el que ama al hombre por el hombre, sino el que lo ama por amor a Vos. Y que vuestra Paz incluye el cese de todas las luchas excepto vuestra incesante y gloriosa guerra contra el demonio y sus aliados, es decir, el mundo y la carne.

Virgen María, Medianera de todas las gracias, inclinada en adoración al Niño-Dios, obtenednos una compenetración plena de todas estas verdades.
Y permitid que, en las perspectivas que ellas nos abren, cantemos con Vos y con todas las criaturas celestiales y terrenas de las que sois Reina:

¡Gloria a Dios en lo más alto del Cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!











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