La izquierda sádica

Julio Loredo de Izcue

¿Otra Reforma Agraria? ¡No, gracias! En nombre del pueblo peruano, ¡no, no y no! La reforma agraria socialista del dictador Juan Velasco Alvarado, en 1969, fue un desastre de dimensiones apocalípticas, causando un inmenso daño económico y social a nuestro país. Y los que "pagaron el pato" fueron justamente las clases populares. Esto no es una opinión. Es la evidencia de los números.


Aprovechándose de la agitación rural que en estos días está sacudiendo el Perú, voceros de la izquierda, a comenzar por Verónika Mendoza (derrotada rotundamente en las urnas en las últimas elecciones congresales), están pidiendo a gritos una nueva Reforma Agraria. Una de dos: o no conocen los hechos de nuestra historia reciente, en cuyo caso son ignorantes; o los conocen y aún así insisten, en cuyo caso son sádicos.

Recapitulemos un poco los hechos, sobre todo en beneficio de las nuevas generaciones (incluida Verónika Mendoza) que no han vivido en carne propia el infierno velasquista.

El 3 de octubre de 1968, un golpe militar comandado por el general Juan Velasco Alvarado derribó el gobierno democrático de Fernando Belaúnde Terry, instaurando una dictadura militar de carácter “revolucionario, socialista y nacionalista”, según declaró Velasco en uno de sus primeros discursos. El nuevo régimen, pomposamente llamado Gobierno Revolucionario de la Fuerzas Armadas, emprendió un ambicioso "Plan Inca" para subvertir el país hasta sus fundamentos.


La ley de Reforma Agraria aniquiló la propiedad rural, transfiriéndola a manos de cooperativas (modelo socialista autogestionario); la ley de industrias estableció en estas la cogestión forzosa; y la ley de educación impuso un currículum único dictado por el Gobierno, prohibiendo los libros de texto extranjeros. Para sofocar cualquier voz discordante, una ley expropió todos los medios de comunicación social. Se llegó al absurdo de prohibir por decreto la imagen de Papá Noel, acusado de ser… ¡“alienante”! Para apuntalar al régimen se creó un organismo ad hoc, el SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social), a cargo del marxista Hugo Neira, quien en aquel entonces declaró querer transformar al Perú en “una nueva Cuba”.


El resultado no se hizo esperar. Mientras las cárceles se llenaban de opositores políticos, las estanterías de los supermercados se vaciaban. ¿Quién puede olvidar las largas colas de espera para conseguir medio kilo de azúcar o de arroz? Durante quince días por mes había prohibición de vender carne vacuna. Con la prohibición de las importaciones desaparecieron del mercado los productos de calidad y el tenor de vida se rebajó notablemente. Excepto, claro está, para la Nomenklatura militar, que disfrutaba de tiendas reservadas. El país cayó en un estado de postración económica y psicológica del cual no se recuperaría por muchos años.

La niña de los ojos del régimen era, sin duda, la Reforma Agraria, hecha para demoler la odiada clase de los terratenientes. Precisamente esta reforma se transformó, en poco tiempo, en su peor fracaso.


Un exhaustivo estudio conducido en 1980 por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), de orientación marxista y, por tanto, nada sospechoso de parcialidad contra el régimen militar, revelaba: “Diez años después, el programa de reforma agraria ya estaba paralizado”. El 68% de las cooperativas rurales se había disuelto. Entre las que aún funcionaban, el 78% mostraba “graves problemas estructurales”. El 47% no llevaba siquiera una contabilidad... Las cooperativas de producción de azúcar, “de las cuales, dado su gran desarrollo antes de la reforma agraria, se esperaban resultados positivos”, vieron en cambio sus balances desplomarse: 1.659 millones de dólares de déficit en 1976; 2.758 millones en 1977; hasta superar los 3.000 millones en 1978. En suma, una catástrofe.

Comentaba Antonio Zapata, hombre de izquierda y por tanto inspirado por la lucha de clases: “Cuarenta años después, la reforma agraria es todavía muy ambigua. Se nos pregunta sobre resultados. En parte tuvo éxito. Bajo otros tantos perfiles, sin embargo, ha sido un fracaso total. Si de una parte ha liberado al campesino peruano de la servidumbre a los señores, debemos también admitir que sus propuestas económicas se han demostrado utópicas e insensatas. La reforma agraria ha provocado una caída en la productividad agrícola. (…) Fue un fracaso económico total. Los campos han dejado de producir”.

Velasco fue sustituido en 1975 por el general Francisco Morales Bermúdez que, frente al colapso del régimen, fue forzado a convocar elecciones en el año 1980. Con la nueva Constitución del 1993, el Perú logró finalmente exorcizar a los demonios del socialismo velasquista, retomando las vías del desarrollo. Los resultados están a la vista. En dos décadas, la renta per cápita se duplicó, la pobreza disminuyó y la distribución de la riqueza mejoró. La economía peruana creció a ritmos excepcionales, con un pico del 9,8% en 2008.

Casa-hacienda de San Jacinto, en Tumbes, símbolo de la desidia causada por el socialismo (Foto: Diario Hechicera).

Repito, estas no son opiniones. Son números.

Cosas semejantes se podrían decir de todos los países latinoamericanos donde fue aplicada una Reforma Agraria socialista y confiscatoria: sin excepción, fueron un fracaso rotundo.

Tomemos un ejemplo: Brasil, que aplicó la más extensa Reforma Agraria del mundo. Francisco Graziano Neto, expresidente del INCRA (Instituto Nacional de Colonização e Reforma Agrária), organismo encargado de implementar la reforma agraria, se vio obligado a declarar sin tapujos: “La reforma agraria se configura como el peor fracaso de la política pública de nuestro país”. Y también en este país hermano, quien más sufrió fue el pueblo.

Veamos a Chile. También en este caso, la reforma agraria fue hecha “para eliminar el latifundio, sin preocuparse por los índices de productividad”. Y, en efecto, la productividad se desplomó. Mientras el gobierno Frei (1964-1970) había mantenido un crecimiento anual del PBI agrícola igual al 2%, con Allende el índice se desplomó al -4,6%. Y también en este caso hubo un éxodo masivo hacia las ciudades. Hoy, cincuenta años después de la ley, apenas el 10% de los campesinos beneficiarios permanecen en el campo. El 90% debió emigrar para sobrevivir, aglomerándose en las "poblaciones" (lo que en el Perú se llaman "pueblos jóvenes", según expresión acuñada por Velasco). El ministro de Agricultura de Allende Jacques Chonchol tuvo que admitir: “Del punto de vista social [la reforma agraria] ha sido una gran cosa. Del punto de vista de la producción, no ha sido gran cosa”. Habría sido más honesto decir que fue un desastre.

Durante los tres años de Allende, el PBI chileno cayó de +8,0 a -4,3; la inflación aumentó del 22,1% al 5605,1%; la variación de la renta media pasó de +22,3 a -25,3; la balanza comercial se desplomó de +114 a -112 millones de dólares. Y así se llegó a lo que el economista Carlos Guerrero, de la Universidad de Chile, definió un “colapso total”, en el cual el número de ciudadanos bajo la línea de pobreza aumentó un 33%.

Podríamos hacer el periplo por toda América Latina: doquier, el socialismo agrario trajo miseria, opresión, sufrimiento…


¿Qué quiere entonces la izquierda peruana? ¿Tiene tanto odio al pueblo que quiere hacerlo pasar de nuevo por el infierno del socialismo agrario? ¿No le bastó ya un fracaso? ¿Qué le ha hecho el pueblo para que lo odien tanto? ¿Por qué tanto sadismo?





A continuación el video de una conferencia que realicé en mayo de 2019 por el 50° aniversario de la reforma agraria peruana. Los apuntes con sus fuentes respectivas están en https://www.tradicionyaccion.org.pe/spip.php?article502.







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