SOBRE EL SUICIDIO DE UN EXPRESIDENTE

Trágico final

Por Pablo Luis Fandiño

Trágico final el de quien fuera dos veces presidente del Perú, Alan García Pérez. Muerte que ha conmocionado al país. Nadie en su sano juicio puede obviar las graves implicaciones morales que tiene un acto como el suicidio. Sin embargo, ¿quién puede revelar el drama interior de las almas y los veredictos insondables de Dios? Ya no está entre nosotros aquella flor de santidad arequipeña que fue la beata Ana de los Ángeles Monteagudo, a quien la Divina Providencia le concedió el don de conocer el destino final de los hombres, debido a su particular devoción por las almas del purgatorio.


Triste final también el de muchos de los que nos han gobernado a lo largo de nuestra historia, cinco veces secular. Comenzando por Francisco Pizarro, el marqués conquistador y fundador de Lima, asesinado por un bando de traidores en su propia casa (1541). El de Blasco Núñez de Vela, el primer virrey del Perú, que murió trágicamente en la batalla de Iñaquito (1546). El de algunos de sus más ilustres sucesores que perecieron a consecuencia del severo juicio de residencia al que estaban sometidos los virreyes. Y el de cuántos presidentes que murieron en el olvido, en el desprecio o en la cárcel.

Víctima del escorbuto pereció Torre Tagle en la fortaleza del Real Felipe (1825). Otros en el destierro como La Mar en Costa Rica (1830), fusilados como Felipe Santiago Salaverry en Arequipa (1836), combatiendo como Agustín Gamarra en la batalla de Ingavi (1841), asesinados como José Balta y Montero (1872), Manuel Pardo y Lavalle (1878) o Luis Sánchez Cerro (1933), privado de su libertad como Augusto B. Leguía (1932). Aunque ninguno de mano propia.

Precisamente al abordar el tema del suicidio el Catecismo de la Iglesia Católica señala: “Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida”, aunque el mismo numeral añade: “Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo” (§2282).

En medio de la actual turbulencia política, cuando las pasiones más ardientes aún están encendidas, “en estos momentos oscuros y difíciles” —así los ha calificado el cardenal Juan Luis Cipriani—, es mejor que a este respecto aguardemos serenamente el juicio imparcial de la historia.

En el ya lejano año de 1987, a raíz del intento de estatización de la banca durante su primer gobierno (1985-1990), el entonces Núcleo Peruano Tradición Familia Propiedad (TFP) se dirigió públicamente a Alan García a través de una Carta Abierta al Presidente de la República, estampada en varios medios de prensa y difundida en las calles de Lima, Arequipa y Cusco por los jóvenes de TFP bajo el título: Franca y respetuosa exposición de la realidad peruana, de las aprensiones, de los deseos y de las esperanzas del país. El comunicado recibió el apoyo escrito de tres obispos y 129 sacerdotes.

En 1987, el Núcleo TFP difundió miles de volantes con su carta abierta al Presidente García contra la estatización del sistema financiero

En ella se exponía la ruina a la que nos había conducido la política socialista de Velasco Alvarado, y se afirmaba que solo el restablecimiento del derecho de propiedad y de la libre iniciativa podrían hacer cesar la desolación y la angustia que reinaba en el campo y las ciudades. Que la estatización del sistema financiero no haría sino agravar la situación pues “significará la implantación, en un sector más de la vida económica, del colectivismo preconizado por Marx”.

Aunque convertido en ley, el proyecto de estatización de la banca, entidades financieras y compañías de seguros, encontró tales obstáculos para su aplicación que terminó fracasando de modo rotundo. Esta, como otras tantas lecciones, sirvieron para que en su segundo gobierno (2006-11) Alan García imprimiera un rumbo completamente opuesto al que había caracterizado al primero.

Pero los odios, las envidias, los deseos de venganza, los indicios de malos manejos, se fueron acumulando sobre él y con el paso del tiempo su figura comenzó a declinar ante la opinión pública. Sus enemigos lo querían ver derrotado y humillado.

Alan García gozó durante diez años de todas las prerrogativas y honores que le corresponden a un Jefe de Estado, de los aplausos y de las ovaciones de las multitudes, de las efusiones de las victorias electorales y de todo cuanto un hombre puede ambicionar en esta tierra. Vida fugaz si la comparamos con la eternidad.

“Sic transit gloria mundi” — “Así pasa la gloria del mundo”.











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  • Con todo respeto, pero Alan García se suicidó para evitar la cárcel por formar parte de una mafia internacional proveniente de Brasil, Odebrecht, avalada y protegida por el izquierdista Lula, y de la cual forma parte toda nuestra clase política sin distinción de ideologías. Precisamente, la mafia de aquellos que han hecho del mercado un dios.

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