¿Cómo fue la Asunción de la Santísima Virgen?
Plinio Corrêa de Oliveira (*)
Ese dogma era ardientemente deseado por las almas católicas del mundo entero, porque coloca a la Santísima Virgen completamente fuera de paralelo con cualquier otra mera criatura.
Se justifica así el culto de hiperdulía que la Iglesia le tributa. [“hiperdulía” : culto especial reservado a la Virgen Maria, superior a la “dulía” que se dedica a los santos y a los ángeles].
Nuestra Señora pasó por una muerte suavísima que es calificada con una propiedad de lenguaje muy bonita, como la “dormición de Nuestra Señora” .
“Dormición” indica que Ella tuvo una muerte tan suave, tan próxima de la resurrección que, a pesar de ser una verdadera muerte, entre tanto más parecía un simple sueño.
Nuestra Señora después fue llamada a la vida por Dios, resucitó como Nuestro Señor Jesucristo.
Subió después a los cielos, en la presencia de todos los Apóstoles allí reunidos, y de una cantidad muy grande de fieles.
Esa Asunción representa una verdadera glorificación a los ojos de toda la humanidad hasta el fin del mundo. Es el preludio de la glorificación que Ella debería recibir en el Cielo.
Es interesante que hagamos une recomposición de lugar para imaginarnos cómo la Asunción sucedió. Acerca del hecho no existen descripciones y podemos imaginarlo como nuestra piedad gustaría.
En lo bajo, los Apóstoles todos arrodillados, rezando en un ambiente con algo de inefablemente noble, sublime, recogido, interior.
Podemos imaginar todos los Apóstoles con expresiones de personajes de Fra Angélico.
El cielo llenándose gradualmente de ángeles, a imagen de los ángeles de Fra Angélico también, tomando los coloridos más diversos, con matizaciones e irradiaciones magnificas, un espectáculo absolutamente incomparable.
Si Nuestra Señora pudo dal al cielo un colorido tan diverso y producir fenómenos tan excepcionales en Fátima, ¿por qué lo mismo no se habría dado por ocasión de su Asucnción al Cielo?
Ella se coloca de pie mientras el respeto y recogimiento de todos aquellos que están allí va creciendo.
La semejanza física de Ella con Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo, se va acentuando cada vez más.
La gloria de Nuestro Señor transfigurado se va comunicando a Ella.
Ella cada vez más Reina, cada vez más majestuosa, cada vez más Madre.
Todo su íntimo manifestándose de modo supremo en esa hora de despedida.
Algunos ángeles, tal vez, los mais espléndidos del Cielo, se aproximan y hacen subir a la Santísima Virgen.
Com el auxilio de ellos, Ella va subiendo y, de a poco, el Cielo se va transformando.
En la tierra, aquella maravilla va mudando, e vuelve al aspecto primitivo.
Los hombres vuelven a sus casas con la sensación que tuvieron en la Ascensión de Nuestro Señor.
Al mismo tiempo están maravillados, con una nostalgia sin nombre, desolados por algún lado, pero llevando en la retina algo que nunca habían visto, ni podrían haber imaginado a respecto de la Santísima Virgen.
Inmediatamente, el triunfo de Nuestra Señora comienza en el Cielo. La Iglesia gloriosa entera va a recibirla. Nuestro Señor Jesucristo la acoge, todos los coros de ángeles están ahí, San José está cerca. Después es coronada por la Santísima Trinidad.
És imposible pensar en ese triunfo terreno, sin pensar en el triunfo celestial que vino enseguida.
És la glorificación de Nuestra Señora a los ojos de toda la Iglesia triunfante y a los ojos de toda la Iglesia militante.
Con certeza, en ese día también la Iglesia padeciente en el Purgatirio recibió una efusión de gracias extraordinarias.
No es temerario pensar que casi todas las almas que estabam purgando sus penas fueron libertadas por Nuestra Señora en ese día. De manera que también allí hubo una alegría enorme.
Así es que podemos imaginar como fue la gloriosa Asunción de nuestra Reina.
Algo de eso se repetirá cuando venga el Reino de María prometido en Fátima, cuando veamos el mundo todo transformado y la gloria de Nuestra Señora brille sobre la tierra, porque Su reinado comenzó de modo efectivo, y días maravillosos de gracias como nunca hubo antes, comienzan a anunciarse también.
Antes de contemplar la gloria de Nuestra Señora en el Cielo, nosotros habremos de contemplarla en la tierra ciertamente, con algo que podrá darnos alguna semejanza de ese triunfo sin nombre que debe haber sido la Asunción de María.
Cuando pensamos en los triunfos que los hombres preparan para sus grandes batalladores, por ejemplo, las tropas francesas desfilando bajo el Arco de Triunfo, después de la Guerra de 14-18, o más modestamente en los triunfos que los romanos preparaban para sus generales vencedores, debemos comprender que Nuestro Señor Jesucristo, que es infinitamente más generoso, debe haber premiado a Nuestra Señora, en el triunfo de Ella a los ojos de los hombres de un modo también incomensurablemente mayor.
Por tanto, todo cuanto existe de más glorioso y triunfal en la Creación, habrá ciertamente brillado en la hora de la Asunción de Nuestra Señora.
Meditando en ello, aproximémonos en esta fiesta pensando en la virtud que debemos pedir a la Virgen Santísima. Cada uno debe pedir la virtud de que más carece.
Pero, no habría demasía en que pidamos a Ella una virtud, que es el sentido de la gloria de Ella. Es decir, comprender bien todo cuanto representa Su gloria en el orden de la Creación.
Cómo esa gloria es la más alta expresión creada de la gloria de Dios.
Debemos ser sedientos de defender, por la virtud de combatividad llevada a su último extremo, la gloria de Nuestra Señora en la tierra.
Hacer de nosotros verdaderos caballeros cruzados de Nuestra Señora, luchando por Su gloria en la tierra.
Esa me parece la virtud más adecuada a pedir en esta fiesta de gloria, que es la Asunción de María Santísima.
(*) Extractos de disertación pronunciada el 14 de agosto de 1965 - Sin revisión del autor.
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