«Rusia será católica» (II)
Desde los bastidores de los acontecimientos Dios teje admirablemente la trama profunda de la Historia, por medio de sus elegidos. Es lo que nos muestra el profesor Roberto de Mattei en la figura de otro aristócrata ruso del siglo XIX convertido al catolicismo, cuya vida se entrelaza con el gran designio de la futura conversión de Rusia prometida décadas más tarde por la propia Virgen María en Fátima.
«Rusia será católica». El sueño de tantos conversos rusos del siglo XIX, como el padre Shuvalov citado en artículo anterior, es también el título de un libro que tuvo mucho impacto en su época: ¿Será Rusia católica? [1], del padre Iván Gagarin de la Compañía de Jesús.
Iván Sergeievich Gagarin nació en Moscú el 20 de julio de 1814 en una ilustre familia descendiente de los príncipes de Kiev, primeros monarcas de Rusia. Fue agregado en el consulado ruso en Munich, y más tarde en la embajada en París, donde participaba en la vida intelectual francesa y frecuentó las tertulias de Sofía Svetchine. Gracias a la influencia de la propia Svetchine y de autores como Piotr Yakovlevich Chaadayev (1794-1856), maduró su conversión al catolicismo. El 7 de abril de 1842 abjuró del cisma llamado ortodoxo y abrazó la fe católica en manos del padre Francisco Javier de Ravignan (1795-1858), que ya había acogido la conversión del conde Shuvalov.
De esa forma, a los veintiocho años, el príncipe Iván Gagarin no sólo renunciaba a un halagüeño futuro político y diplomático en su patria, sino también a toda esperanza de regresar a ella. Pues en la Rusia zarista, la conversión al catolicismo suponía un delito comparable a la deserción o al parricidio. Abandonar la fe cismática para seguir otra religión, aunque fuese cristiana, se castigaba con la confiscación de todos los bienes y la pérdida de los derechos civiles y títulos nobiliarios, y con la reclusión vitalicia en un monasterio o el exilio en Siberia.
Un año más tarde, Iván, que ahora se llamaba Jean-Xavier Gagarin, solicitó el ingreso en la Compañía de Jesús, y fue admitido en el noviciado de Saint-Acheul. Inició un periodo de largos estudios que culminaron en su ordenación sacerdotal y la profesión de votos en la orden de San Ignacio de Loyola.
Para el padre Gagarin, a cuyo celo ardiente se unía una viva inteligencia y una formación señorial ”era llamado “el Príncipe jesuita” ” se inició una nueva vida. Durante la guerra de Crimea entre Rusia y Turquía (1853-1856) participó con el célebre matemático Augustin Cauchy en la fundación de la Å’uvre d”Orient, asociación destinada ayudar a los cristianos de países orientales.
Pero el gobierno ruso, que se proponía extirpar el catolicismo de las provincias occidentales del Imperio, consideró al príncipe Gagarin un enemigo a eliminar. Fue acusado de haber escrito cartas anónimas al poeta Alejandro Pushkin (1799-1837) que lo habrían exasperado, llevándolo a batirse en un duelo en que encontró la muerte. Hace poco la joven historiadora polaca Wiktoria Sliwowska ha demostrado que se trató de una campaña de calumnias organizada por la Tercera Sección de la Cancillería Imperial (L”Affaire Gagarine, Institutum Historicum Societatis Iesu, Roma 2014, pp. 31-72).
¿Será Rusia católica? se publicó en 1856. En dicha obra, el padre Gagarin evoca la bula solemne de Benedicto XIV Allatae sunt del 26 de julio de 1755, con la que aquel Pontífice, manifestando «la benevolencia con la que la Sede Apostólica abraza a los orientales [”¦] dispone que se conserven sus antiguos ritos [NT ” anteriores a la ruptura con Roma] en tanto que no se opongan a la religión católica ni a las buenas costumbres. Tampoco exige a los cismáticos que regresan a la unidad católica que abandonen sus ritos; simplemente que se retracten de las herejías, deseando ardientemente que sus diversos pueblos se mantengan y no sean destruidos, y que todos sean en resumidas cuentas católicos, no latinos».
Para devolver la unidad a los pueblos eslavos ”comenta el padre Gagarin” es necesario respetar los ritos orientales, exigir la abjuración de los errores contrarios a la fe católica, y sobre todo combatir el concepto político-religioso de los ortodoxos. El cisma de Oriente, sostenía el jesuita ruso, es ante todo consecuencia del bizantinismo, concepto que marca la diferencia de relaciones entre Iglesia y Estado existentes en el mundo bizantino y el occidental.
Para Bizancio no hay distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios, entre los dos poderes, eclesiástico y temporal. La Iglesia está en la práctica subordinada al Emperador, que es considerado cabeza de ésta, en cuanto delegado de Dios tanto en el ámbito eclesiástico como en el secular. Tanto los autócratas rusos como los emperadores bizantinos ven en la Iglesia y en la religión un medio del cual servirse para garantizar y extender la unidad política. Este desgraciado sistema se basa en tres pilares: la religión llamada ortodoxa, la autocracia y el principio de nacionalidad, en cuyo nombre han entrado en Rusia las ideas de Hegel y otros filósofos alemanes. Tras las pomposas palabras ortodoxia, autocracia y nacionalismo, sostiene Gagarin, no se oculta otra cosa que «la forma oriental de las ideas revolucionarias del siglo XIX» (p. 74).
El noble jesuita pronostica la ferocidad con que se aplicarán en su país las ideas revolucionarias. Los textos de Proudhon y de Mazzini le parecen suaves y educados en comparación con la violencia de los agitadores rusos. «Es un contraste que puede servir para medir la diferencia entre cómo se entiende en Europa el principio revolucionario y cómo se pondría éste en práctica en Rusia» (pp. 70-71).
En una página profética, escribe el P. Gagarin: «Cuanto más se ahonda en el tema, más se llega a la conclusión de que la única lucha verdadera es la que se libra entre el Catolicismo y la Revolución. Cuando en 1848 el estallido revolucionario aterrorizaba el mundo con sus aullidos y hacía temblar a la sociedad, arrancándole los cimientos, el partido que se dedicó a defender el orden social y a combatir la Revolución no vaciló en escribir sobre su bandera el lema: Religión, Propiedad, Familia, y se apresuró a enviar un ejército para restituir en su trono al Vicario de Cristo, al que la Revolución había obligado a emprender el camino del exilio. Tenía toda la razón; no hay sino dos principios contrapuestos: el principio revolucionario, que es esencialmente anticatólico, y el principio católico, que es en esencia antirrevolucionario. A pesar de todas las apariencias en contrario, no hay en el mundo más que dos partidos y dos banderas: por una parte, la Iglesia Católica, que enarbola el estandarte de la Cruz, el cual conduce al verdadero progreso, la verdadera civilización y la verdadera libertad; por otra, se alza el pendón revolucionario, en torno al cual se congrega la coalición de todos los enemigos de la Iglesia.
“¿Y qué hace Rusia? Por un lado, combate la Revolución; por otro, combate a la Iglesia Católica. Tanto por fuera como por dentro, encontraréis la misma contradicción. No vacilo en decir que su honor y su fortaleza está en ser adversaria infatigable del principio revolucionario. Y su debilidad radica en que es al mismo tiempo adversaria del catolicismo. Pero si quiere ser coherente consigo misma, si de verdad desea combatir la Revolución, no tiene más que tomar una decisión, unirse a las filas católicas y reconciliarse con la Santa Sede» [2].
Rusia no acogió este llamado a la acción, y la revolución bolchevique, tras haber exterminado a los Romanov difundiría “sus errores por el mundo” , tal como lo predijera la Virgen en Fátima. La cultura abortista y homosexualista que actualmente lleva a Occidente a la muerte hunde sus raíces en la filosofía de Marx y de Hegel, que se implantó en Rusia en 1917. La derrota de los errores revolucionarios no podrá llevarse a cabo, ni en Rusia ni en el mundo, sino bajo el pendón de la Iglesia Católica.
Las ideas del padre Gagarin dejaron huella en el barón alemán August von Haxthausen (1792-1866), que con el apoyo de los obispos de Münster y Paderborn fundó una Liga de oración llamada Petrusverein (Unión de San Pedro) con miras a la conversión de Rusia. Con el impulso de los padres barnabitas Shuvalov y Tondini, nació en Italia y en Francia una asociación análoga. A los miembros de estas asociaciones se les aconsejaba rezar por la conversión de Rusia cada primer sábado de mes.
El 30 de abril de 1872, Pío IX concedió mediante un Breve Apostólico indulgencia plenaria a todos los que confesaran, comulgaran y oyeran Misa por el regreso de las iglesias griegas y rusas a la unidad católica. La Virgen apreció sin duda esta devoción, ya que en 1917 en Fátima recomendó la práctica reparadora de los cinco primeros sábados de mes como instrumento para la instauración de su Reino en Rusia y en el mundo.
Cumplida su misión terrena, y dejando más de 20 libros publicados, el P. Gagarin falleció en París a los 67 años, en 1882. Sus restos descansan el cementerio parisino de Montparnasse.
Los padres Gagarin y Shuvalov ”ambos nobles y sacerdotes” aparecen así como protagonistas visibles de una secuencia de sucesos que preceden en varias décadas a las apariciones de Fátima, y se relacionan estrechamente con la magna profecía de la vuelta de Rusia a la fe católica, que la misma Virgen anunció y es uno de los pilares de su gran promesa, el triunfo de su Inmaculado Corazón.
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FUENTE: https://www.corrispondenzaromana.it/la-russia-sara-cattolica-2/
[1] Jean-Xavier Gagarine, La Russie sera-t- elle catholique?, Ed. Charles Douniol, París 1856.
[2] Idem, pp. 63-65.
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