Terremotos y castigos divinos
Roberto de Mattei (*)
Desde el 24 de agosto de este año, Italia viene siendo golpeada por una serie de violentas sacudidas sísmicas, que después de dos meses no dan señales de disminuir. Los temblores, según los sismólogos, han sido miles, de diversa intensidad y magnitud. Hasta hoy han provocado un número de víctimas limitado, pero causaron graves daños a las iglesias y edificios públicos y privados, despojando de sus bienes y de sus casas a decenas de miles de italianos.
El terremoto del 30 de octubre, el más grave después del ocurrido el 24 de agosto, se sintió en toda Italia, desde Bari a Bolzano, y tuvo su símbolo en el colapso de la catedral de Nurcia. La noticia de la destrucción de la Basílica dio la vuelta al mundo. De la iglesia erigida sobre la casa natal de san Benito queda solo una frágil fachada. Todo el resto desapareció en una nube de polvo. Muchos medios informativos, como la norteamericana CNN, resaltaron el carácter simbólico del evento, escogiendo la imagen de la catedral derruida para ilustrar la página de inicio de su site.
La cultura moderna perdió la capacidad simbólica
Hubo tiempos en los hombres eran capaces de leer los mensajes de Dios en todos los acontecimientos que escapaban a su voluntad. Todo lo que sucede, de hecho, tiene un significado, expresado en el lenguaje del símbolo. El símbolo no es una representación convencional, sino la expresión más profunda del ser de las cosas.
El racionalismo moderno, de Descartes a Hegel, de Marx al neo-cientificismo, quiso racionalizar la naturaleza, sustituyendo la verdad del símbolo por la interpretación puramente cuantitativa de la naturaleza. El racionalismo hoy está en crisis, pero la cultura postmoderna que bebe en sus mismas fuentes intelectuales, del nominalismo al evolucionismo, ha creado un nuevo sistema de símbolos, que a diferencia de los antiguos no remiten a la realidad de las cosas sino que la deforman como en un juego de espejos. El código simbólico que se expresa en todas las formas de la comunicación postmoderna, del tweet al talk-show, se propone crear emociones y suscitar sentimientos, rechazando captar la razón profunda de las cosas.
La catedral de Nurcia, por ejemplo, es un símbolo de arte, de cultura, de fe. Pero para los medios, su destrucción evoca apenas la pérdida del patrimonio artístico de Italia central, y no puede ser imagen del derrumbe de la fe o de los valores fundamentales de la civilización cristiana.
Así, a pesar de ser usado en el lenguaje común para indicar derrumbes culturales y sociales, el terremoto no puede nunca remitir a una intervención divina, porque Dios solo puede hoy ser presentado como misericordioso, nunca como justo.
¿Los pecados colectivos no son castigados por Dios?
Quien hable de “castigo divino” , incurrirá inmediatamente en la difamación mediática, como le sucedió al padre Giovanni Cavalcoli, cuyas palabras a Radio María [NT ” mencionando que los terremotos son castigos por la reciente aprobación del “matrimonio” homosexual en Italia] fueron tachadas de “afirmaciones ofensivas para los creyentes y escandalosas para quien no cree” por el sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Angelo Becciu.
Pero si hay un escándalo, es precisamente el provocado por la posición del prelado vaticano, quien demuestra ignorar la teología católica y las enseñanzas de los Papas, como Benedicto XVI, que en la audiencia del 18 de mayo de 2011, hablando de la oración de intercesión de Abraham por Sodoma y Gomorra, las dos ciudades bíblicas castigadas por Dios a causa de sus pecados, afirma:
“El Señor estaba dispuesto a perdonar, deseaba hacerlo, pero las ciudades estaban encerradas en un mal total y paralizante, sin contar siquiera con unos pocos inocentes de los cuales partir para transformar el mal en bien. Porque es este precisamente el camino de salvación que también Abraham pedía: ser salvados no quiere decir simplemente escapar del castigo, sino ser liberados del mal que hay en nosotros. No es el castigo el que debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazar a Dios y al amor que ya lleva en sí mismo el castigo. Dirá el profeta Jeremías al pueblo rebelde: «En tu maldad encontrarás el castigo, tu propia apostasía te escarmentará. Aprende que es amargo y doloroso abandonar al Señor, tu Dios» (Jer 2, 19)” .
¿Cómo negar que entre agosto y septiembre de 2016 se han celebrado las primeras ’uniones civiles’ en Italia? “Recostruiremos todo” , declaró el premier italiano Matteo Renzi. Pero el 23 de julio de 2016 el mismo Renzi estampó su firma al decreto que promulga la Ley n. 76/2016, o Ley Cirinní , que legaliza el matrimonio homosexual en Italia.
Símbolos de un derrumbe religioso y moral
Esta ley es un terremoto moral, porque derriba los muros de la ley divina natural. ¿Cómo imaginar que esta ley perversa no tenga consecuencias? Quien no renunció al sentido común se da cuenta de ello inmediatamente. Hoy el hombre se rebela contra Dios, y la naturaleza se rebela contra el hombre. O mejor. el hombre se rebela contra la ley natural, que tiene su fundamento en Dios, y el desorden de la naturaleza estalla.
La ley Cirinní no destruye las casas, sino la institución de la familia, produciendo una devastación moral y social no menos grave que la material causada por el terremoto. ¿Quién osará negarnos el derecho de pensar que el desorden de la naturaleza es permitido por Dios como consecuencia de la negación del orden natural, promovida por las clases dirigentes de Occidente? Y, dado que los símbolos admiten diferentes lecturas, ¿cómo censurar a quien ve en una catedral derruida, de la cual sólo ha quedado en pie la fachada, el símbolo de lo que hoy, bajo el aspecto humano, parece restar de la Iglesia católica: un montón de escombros? Las declaraciones de Mons. Becciu, uno de los más estrechos colaboradores del papa Francisco, son la expresión de un mundo eclesiástico en ruinas que atrae sobre sí otras ruinas.
El Papa repite que no se deben construir muros, sino que es preciso derribarlos: pues bien, los muros se derriban, pero con ellos se derriba la fe y la moral católica, se derriba la civilización cristiana que en Nurcia, patria de san Benito, tuvo su cuna simbólica.
Sin embargo, si la catedral se derrumbó, quedó en pie la estatua de San Benito en el centro de la plaza aledaña. Alrededor de esta estatua se reunió un grupo de monjes, de religiosas y de laicos, rezando el rosario. También este es un mensaje simbólico, que nos habla de la única reconstrucción posible: aquella que se hace de rodillas, rezando.
Pero además de la oración debe haber la acción, la lucha, el testimonio público de nuestra fe en la Iglesia y la Civilización cristiana que resurgirá de los escombros de la sociedad actual. Nuestra Señora de Fátima lo prometió. Pero antes del triunfo de su Inmaculado Corazón, la Virgen previó también para la humanidad impenitente un castigo planetario. Tengamos el coraje de recordarlo.
(*) Roberto de Mattei, graduado en Ciencias Políticas por la Universidad La Sapienza de Roma, es catedrático de Historia de la Iglesia y del Cristianismo en la Universidad Europea de esa ciudad, presidente de la Fundación Lepanto, y director de la revista “Radici Cristiane” y del sitio Corrispondenza Romana. Fue vicepresidente del Consejo Nacional de la Investigación Científica de su país. En 2007 fue distinguido por el Papa Benedicto XVI con la Orden Ecuestre de S. Gregorio Magno, por su fidelidad a la Iglesia y su actuación en defensa de la civilización cristiana. Es autor de numerosos libros de su especialidad, entre ellos la excelente biografía de Plinio Corrêa de Oliveira ”de quien se declara discípulo” El Cruzado del Siglo XX, con ediciones en seis lenguas. Los subtítulos de esta traducción son del traductor.
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