El Address Downtown, el Titanic y el ocaso de una época
El incendio del lujoso hotel Address Downtown de Dubai en la noche de Año Nuevo 2016 tiene mucho de simbólico. El coloso de 63 pisos y más de 300 metros de altura es uno de los íconos más representativos del surrealista encuentro de dos mundos otrora antagónicos, el europeo occidental y el de los seguidores de Mahoma.
Occidente e Islam: del conflicto religioso a la joint venture petrolera
Ambos mundos vivieron siglos de enfrentamiento religioso y cultural, que se inicia en el siglo VII con las invasiones de hordas mahometanas contra Bizancio en Medio Oriente, y contra África del Norte, España y Francia en Occidente.
Vino después la reacción de la Cristiandad, con la victoria del príncipe Don Pelayo sobre los moros comandados por Alqama en Covadonga, inicio de la Reconquista española (año 722), y la victoria en Francia de Carlos Martel sobre el poderoso emir Abderramán, cuya derrota y muerte en Poitiers (732) acabó con el sueño musulmán de conquistar el Reino Cristianísimo.
Desde entonces el enfrentamiento entre la Cristiandad y el Islam se prolongaría durante siglos, culminando en las memorables victorias de las armas católicas en Lepanto (1571) y Viena (1683), que sellaron respectivamente el fin el poderío naval y terrestre turco.
Tras esas derrotas el mundo musulmán entró en un paulatino declive político, al punto de que en el siglo XIX vastas áreas de religión mahometana en África, Asia Menor y Central fueron dominadas por las potencias coloniales europeas. Esto diluyó considerablemente el tono conflictivo de las relaciones entre el Occidente cristiano y el bloque islámico.
En el siglo pasado ese cuadro sufre una importante alteración. El boom de la industria petrolera hizo que los países musulmanes del Medio Oriente, poseedores de enormes yacimientos de crudo, se enriqueciesen en forma vertiginosa. Los jeques árabes, que hasta entonces vegetaban en una muelle vida de semiletargo, se convierten de la noche a la mañana en multimillonarios. Y como auténticos paganos que son, muy al modo nouveau riche la avidez de lujo y placeres los lleva a emularse en gastos faraónicos, mientras sus crecientes fortunas les permiten revivir el sueño expansionista musulmán.
Nuevos contextos, nuevos tipos humanos
Entonces el paisaje del desierto se transforma: los poéticos palmares son reemplazados por torres petroleras, las legendarias rutas de caravanas por autopistas y oleoductos, los plácidos y desgarbados camellos por veloces y relucientes Rolls-Royce, Lamborghinis y Mercedes. Y hacia fines del siglo XX, algunas ciudades que hasta entonces parecían dormitar una siesta de siglos se convierten velozmente en réplicas de Las Vegas, paraísos artificiales de negocios y diversión frenética. Gigantescos colosos de cemento, acero y cristal se levantan emulándose en altura y extravagancia. Uno de ellos es precisamente el Address Downtown, construido en 2008.
Los tipos humanos también se modifican. El caballero cristiano, paradigma de Occidente, modelo de hombre de Fe, de honor y de espíritu de sacrificio, cede lugar al “hombre ávido de ganancias, sensual, laico y pragmático de nuestros días” , producto “de la cultura y de la civilización materialistas en que cada vez más nos vamos hundiendo” , como lo describe Plinio Corrêa de Oliveira [1].
El petróleo logra, así, el “milagro” de asociar en una misma ansia desmesurada de lucro, placeres y extravagancias al jeque oriental y al businessman occidental, al pagano y al neopagano. Todo ello favorecido por la autodemolición de la Iglesia posconciliar ”para usar la expresión de Pablo VI” que pasa a un segundo plano las divergencias religiosas. Se vuelve cool hacer negocios con magnates árabes. Y de esa simbiosis de exponentes de un Occidente moralmente decrépito y virtualmente apóstata con elementos de la vertiente plutócrata-hedonista del Islam, surgirán negocios fabulosos como el del Address Downtown. un emprendimiento de mil millones de dólares.
Un desafío a Dios y la lección del Titanic
En ese contexto, en el umbral del año 2016, ocurre el incendio del enorme hotel, orgullo del emirato. La despreocupada multitud allí reunida para un espectáculo de pirotecnia contempla, aterrorizada, fuego real envolviendo en pocos minutos el soberbio rascacielos, felizmente sin dejar victimas mortales.
Recordemos que como enseña Nuestro Señor, ni un pájaro ni un cabello de nuestra cabeza caen sin que Dios Padre lo disponga (Mat 10, 29-30). Es decir, nada sucede fuera de los designios de la Providencia divina.
La coincidencia del siniestro con la entrada del nuevo año puede así tener algo de un augurio, de un presagio de acontecimientos aun más graves.
Por ejemplo, sabemos lo que poco antes de la I Guerra Mundial le ocurrió al Titanic en su viaje inaugural. Orgullo de la Belle Époque, verdadero palacio flotante, era el mayor y más lujoso buque jamás construido. Funcionarios de la compañía naviera se jactaron de que “ni Dios lo podría hundir” . ¡Y cómo Dios respondió al desafío!: el mar se tragó al Titanic, y la guerra se tragó a la Belle Époque...
La historia podrá repetirse. Nuevos rascacielos estilo Address Downtown se levantan como inmóviles Titanics del desierto, a los que “ni Dios podría derribar” ; o más bien como nuevas Torres de Babel que compiten locamente por acercarse al cielo. Son símbolos acabados de nuestra época de materialismo delirante, que desafía a Dios apartando a los pueblos de la obediencia a su Ley, rompiendo los lazos de los países de Occidente con sus raíces cristianas, quitándoles su identidad y extraviando sus rumbos.
El selfie del extravío
Nada retrata más ese extravío que el selfie que dio la vuelta al mundo, de una sonriente pareja “disfrutando” el dantesco espectáculo del coloso en llamas. De espaldas a la escena, como indiferentes a su simbolismo trágico e incapaces de reflexionar sobre la grandeza de lo que están presenciando, ellos parecen preocupados apenas en exhibirse, en satisfacer su mísero ego ostentando una sonrisa vacía, como antegozando la efímera micro-fama que les acarreará haber estado presentes en el impactante suceso.
Mucho más que una pareja vanidosa y un rascacielos en llamas, lo que ese selfie retrata es el ocaso de una civilización, extraviada e insensible a su propia ruina.
[1] PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Parte I, cap. 5, B
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