BODA REAL

La realeza inglesa extasía al mundo y golpea el igualitarismo en las almas

Márcio Coutinho*

La boda del príncipe William y la ahora duquesa de Cambridge, Catherine Elizabeth, celebrada el último 29 de abril, fue objeto de innumerables artículos y comentarios. Unos, analizando el hecho en sí, y las consecuencias políticas para Gran Bretaña. Otros, el aspecto histórico y protocolar. Sin querer restar importancia a éstos y aquéllos, me ocuparé de otro aspecto: el efecto profundo que las nupcias parecen haber causado en la opinión pública mundial.

Como fue noticiado, más de un millón de ingleses aguardaban frente al palacio de Buckingham el simbólico gesto del príncipe y la duquesa. Al mismo tiempo, el evento era televisado para Inglaterra y el mundo, dejando deslumbrados a más de dos mil millones de telespectadores.

Ese deslumbramiento con la llamada “boda del siglo” no parece ser una simple expansión de alma, fruto de la alegría que sienten estos importantes cónyuges y que todos comparten. Por el contrario, el impacto mundial indica un fenómeno más profundo y consistente: en un mundo cada vez más caótico e inmerso en la vulgaridad, donde la belleza, el trato cortés, la pompa, el respeto y el ornato tienen cada vez menos lugar, la boda principesca fue una verdadera válvula de escape.

Los no británicos sabían que el matrimonio nada añadiría a sus vidas prácticas. Pero muchos sintieron en el acontecimiento una evasión de la fealdad y la extravagancia moderna. Una fuga hacia lo noble, bello y encantador, ya no restringido a cuentos de hadas, sino representado en la vida real.

Conviene recordar que este mundo encantado de la realeza es fruto de la Civilización Cristiana, que a lo largo de los siglos fue destilando las ceremonias, los protocolos, los trajes pomposos y aristocráticos que apuntan a un orden paradisíaco, del que tuvimos al menos una idea en el matrimonio del 29 de abril.

En estos días, en que impera la propaganda del igualitarismo motivado por la envidia, por la codicia y por el individualismo, sorprende tal explosión de admiración, sobre todo de dos mil millones de personas... Hace pensar que algo del igualitarismo existente dentro del hombre ha sido quebrantado, aunque sea apenas por algunos días.

Todo esto levanta una cuestión: ¿será que la opinión pública poco a poco se va dando cuenta de que la utopía igualitaria no es el factor de la felicidad y de la paz social que Marx y sus sucesores pregonaban? ¿Y de que las desigualdades armónicas, impregnadas de bondad, de respeto y elevación, traen mucho mayor bienestar que la lucha de clases?

Bastó que yo preguntase esto a un conocido mío que se dice marxista, que me respondió: “Eso es una forma sutil de represión. El pueblo es oprimido por la monarquía y aún así le gusta...”. Yo sólo le respondí: “¿Pero no fuiste tú que me dijiste que te levantaste más temprano para ver la boda?”.

Él no respondió, cambió de tema. En el fondo, en el fondo, le había gustado...

*Colaboración de la página web www.ipco.org.br











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