REVOLUCIÓN Y CONTRA-REVOLUCIÓN

Modelos femeninos civilizados y degradados

Los modelos sociales varían de acuerdo a cada época y al grado de civilización que ésta desarrolla. En los siglos de civilización cristiana europea, la tendencia a la perfección, inherente a toda sociedad virtuosa, forjó tipos humanos insuperados hasta hoy, tanto masculinos como femeninos.

Elizabeth de Baviera, Emperatriz de Austria-Hungría. Óleo de Winterhalter

Un admirable ejemplo de esto lo da la emperatriz Elizabeth de Baviera (1837-1898), esposa del Emperador de Austria-Hungría, Francisco José I. Familiarmente conocida como Sissi, en ella resplandecían los atributos de gran dama que la Cristiandad generó: nobleza de porte, elegancia, señorío, sumados a una extrema gracia y encantadora afabilidad que cautivaba a todos. Y los defectos de carácter que manifestó posteriormente, nunca borraron esta imagen ideal que el mundo guardó de ella.

En 1873, la Emperatriz tuvo un pintoresco encuentro con el soberano persa, el Sha, que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira así describe:

“Los potentados del Oriente casi nunca visitaban Europa, porque significaba someterse a viajes muy largos y a veces sujetos a riesgos. Pero, cuando se estableció la posibilidad de viajes seguros y con relativo confort, con los medios de comunicación modernos ––por tanto, cuando surgieron los primeros transatlánticos, los primeros trenes, etc.––, los soberanos orientales comenzaron a viajar hacia el Occidente.

“Y venían con todo el lujo del Oriente. El Emperador de la China, el Sha de Persia, maharajás, rajás, sultanes, etc., en cantidad indefinida, visitaron Europa. Cuando eran recibidos, las cortes europeas les prestaban homenaje con todo el protocolo destinado a un Jefe de Estado extranjero. Por tanto, con ceremonial muy bonito, esplendoroso, rico. Los orientales traían riquezas fabulosas y asistían a las fiestas con sus trajes característicos.

“En aquella época, el Sha o Emperador de Persia visitó las principales capitales europeas, incluso Viena. Allí, durante una fiesta en su honor, fue presentado a la Emperatriz austríaca. Él le hizo unas grandes reverencias a la moda oriental, y la Emperatriz respondió con distinción, con gracia, y un poco sonriente, como si estuviera en presencia de uno de los personajes de las Mil y Una Noches.

“El Sha comenzó a observarla, y quedó tan deslumbrado que, terminadas las reverencias, dio una vuelta por detrás de ella. Quería certificarse de que ella correspondía enteramente a aquella primera impresión. Tras el examen, comentó que ella era realmente tan bella cuanto le habían dicho, y hasta más. Después, le hizo otra gran reverencia...

“Probablemente él, hombre, ostentaba joyas mucho más esplendorosas que ella, una dama. ¡Pero en verdad, ella misma era una joya, y aún un fruto de la Civilización Cristiana!”.

* * *

Durante muchos siglos el ideal femenino de Occidente se condensó en el conjunto de cualidades que figuras como Sissi encarnaban —gracia, belleza, encanto, elegancia, etc.—, completadas por las virtudes propias de la mujer cristiana: hija amorosa, fiel esposa, madre abnegada, esmerada educadora de los hijos y regente del hogar, etc.
Pero vino el catastrófico siglo XX. Y con él vino Hollywood, vino el American way of life, vino el igualitarismo que derriba todas las diferencias, incluso las puestas por la propia naturaleza, vino el afeminamiento del hombre y la masculinización de la mujer... Y en esa obsesión revolucionaria de nivelarlo e igualarlo todo (¡hasta los sexos!) llegamos, en este triste año 2009, al extremo de que nuestros escalofriantes medios de comunicación se rejubilan con una compatriota que aparece practicando uno de los deportes más violentos y brutales, el boxeo; es decir, dedicándose a dar y recibir puñetazos, a agredir, a lesionar...

Es una vertiginosa inversión de paradigmas y valores: la delicadeza femenina cede lugar a la fuerza bruta; la ternura a la violencia; la gracia y elegancia, a la vil ostentación de masa muscular; las caricias se convierten en puñetazos, la afectividad en agresividad, el cariño que agrada y reconforta, en golpes que dañan, desangran y desfiguran... ¡Así la mujer es rebajada, de complemento armónico del varón, a grotesca imitadora de uno de sus defectos más repudiables, la brutalidad!

* * *

Como enseña el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, después de las sucesivas revoluciones que fueron destruyendo la Cristiandad occidental —Renacimiento y protestantismo, Revolución Francesa, comunismo— estamos ahora ingresando en la etapa revolucionaria terminal, la revolución cultural cuya meta es provocar un éxodo hacia fuera de la vida civilizada. Es la fase del “embrutecimiento programado”, de involución hacia una neobarbarie.

Las pobres mujeres boxeadoras son un ejemplo de cuánto estamos avanzados en esa degradación. ¿Será que ésta ha llegado tan lejos, y embotó tanto nuestra sensibilidad, que ya ni siquiera la notamos?











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