¿Qué principios enseña Santo Tomás de Aquino sobre la inmigración?

por John Horvat

Presentamos un artí­culo de John Horvat, director de la Sociedad Norteamericana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP), publicado originalmente en julio de 2014, antes que las crisis migratorias llegaran a su presente auge. En él se enuncia los principios generales enseñados por el Doctor Angélico sobre la materia, los cuales deberí­an ser tomados en cuenta por los gobiernos sus polí­ticas sobre acogida de extranjeros, especialmente cuando la entrada de estos toma proporciones masivas.

En el debate sobre la inmigración, suele asumirse automáticamente que la posición de la Iglesia es de caridad incondicional hacia quienes entran en la nación, legal o ilegalmente. ¿Es realmente así­? ¿Qué dicen sobre ello los doctores y teólogos? Y sobretodo, ¿qué dice el mayor de los doctores, Santo Tomás de Aquino? ¿Su opinión podrá ayudarnos a entender mejor los asuntos candentes que sacuden a varias naciones y difuminan sus fronteras?

El problema de la inmigración no es nuevo. Ya en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino trató de él en su célebre Suma Teológica (Ia.-IIae., q. 105, a. 3). Inspirándose en la doctrina de la Sagrada Escritura para el pueblo judí­o, el Doctor Angélico establece claramente los lí­mites de la hospitalidad debida a los extranjeros. Tal vez podamos también nosotros aprender algunas lecciones de ello.

Santo Tomás de Aquino escribe: "Las personas pueden tener dos tipos de relaciones con los extranjeros: de paz y de hostilidad. Y en ambos casos son muy razonables los preceptos de la ley".

Santo Tomás afirma, por tanto, que los inmigrantes no son todos iguales, y que las relaciones con los extranjeros tampoco lo son: existen relaciones que son pací­ficas y otras que son bélicas. Cada nación tiene el derecho de decidir qué tipo de inmigración puede considerarse pací­fica y, por lo tanto, beneficiosa para el bien común, y qué tipo de inmigración es, por el contrario, hostil y por tanto peligrosa. Un Estado puede rechazar, como medida de legí­tima defensa, a elementos que considere perjudiciales al bien común de la nación.

Un segundo punto se refiere a las leyes, sean divinas o humanas. Un Estado tiene el derecho de aplicar sus leyes si son justas.

La migración pací­fica

El Doctor Angélico pasa después a analizar la inmigración "pací­fica".

Dice: "En tiempos de paz, los judí­os tení­an tres oportunidades de relacionarse con los extranjeros. En primer lugar, cuando estos pasaban por su paí­s en tránsito a otro. También cuando vení­an de otro paí­s para establecerse en Israel como forasteros. En ambos casos, los preceptos legales tienen un carácter misericordioso, pues se dice en Éxodo 22: ’No contristarás al extranjero’, y en el 23: ’no serás molesto con el peregrino’” .

En este pasaje, Santo Tomás reconoce que puede haber extranjeros que deseen visitar un paí­s de manera pací­fica y benéfica, o vivir en él por un tiempo. Estos extranjeros deben ser tratados con caridad, respeto y cortesí­a, que es un deber de todas las personas de buena voluntad. En tales casos, la ley debe proteger al extranjero de cualquier tipo de violencia.

Condiciones para aceptar la migración pací­fica

Santo Tomás de Aquino prosigue: "El tercer caso se daba cuando algunos extranjeros pretendí­an incorporarse totalmente a la nación hebrea y abrazar su religión. Con estas personas se observaban ciertas formalidades, y su admisión a la condición de ciudadanos no era inmediata. Del mismo modo, como dijo el Filósofo en III Polit., en algunas naciones se reservaba la calidad de ciudadanos a aquellos cuyos abuelos o bisabuelos hubiesen residido en la ciudad".

Santo Tomás menciona aquí­ a los que tienen la intención de establecerse en el paí­s. Y el Doctor Angélico presenta, como primera condición para ser aceptado, el deseo de integrarse a la perfección en la vida y la cultura del paí­s de acogida.

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Una segunda condición es que la acogida no sea inmediata. La integración es un proceso que toma tiempo: las personas tiene que adaptarse a la nueva cultura, y Santo Tomás invoca a Aristóteles, quien afirma que este proceso puede tardar de dos a tres generaciones. El propio Santo Tomás no establece un plazo ideal, afirmando apenas que este perí­odo puede ser largo.

Y explica por qué: “Lo cual se comprende, debido a los muchos inconvenientes que puede causar la participación prematura de los extranjeros en la gestión de los asuntos públicos; en efecto, antes de estar arraigados en el amor al bien público, pueden emprender algo en contra del pueblo".

Esta enseñanza de Santo Tomás, que se apoya en el sentido común, hoy es “polí­ticamente incorrecta” ; y, sin embargo, es perfectamente lógica. El Doctor Angélico muestra que vivir en un paí­s diferente es algo muy complejo; se necesita tiempo para conocer sus hábitos y su mentalidad, y por lo tanto, para entender sus problemas. Y solo quienes viven en ella durante mucho tiempo, tomando parte en la cultura del paí­s, estando en contacto con su historia, están en condiciones de juzgar las decisiones de largo plazo más convenientes para el bien común. Es perjudicial e injusto poner el futuro de un paí­s en manos de los recién llegados. Incluso sin culpa, estas personas rara vez son capaces de entender adecuadamente lo que está sucediendo o lo que ha sucedido en el paí­s que han elegido como su nueva patria. Y esto puede tener consecuencias desastrosas.

Para ilustrar este punto, Santo Tomás observa que los judí­os no trataban a todos de la misma manera. Habí­a algunos pueblos que eran vecinos y, por lo tanto, fácilmente asimilables; habí­a otros, sin embargo, que eran más distantes, e incluso hostiles, por lo cual los miembros de estos pueblos no podí­an ser aceptados en Israel, teniendo en cuenta su enemistad hacia el paí­s.

Explica Santo Tomás de Aquino: "Por eso, de acuerdo con la ley, algunas naciones que tení­an cierta afinidad con los judí­os, como los egipcios, entre los cuales habí­an nacido y se habí­an criado, y los idumeos, que eran descendientes de Esaú, hermano de Jacob, eran recibidos en la comunidad a la tercera generación. Otros, por el contrario ”como los amonitas y moabitas”, que habí­an mostrado hostilidad hacia los judios, nunca fueron admitidos a ser parte del pueblo; y los amalecitas, quienes más se habí­an opuesto a Israel y que no tení­an parentesco con él, habí­an de ser tratados como enemigos perpetuos".

Pero las reglas no deben ser rí­gidas y pueden admitir excepciones. Es lo que muestra Santo Tomás de Aquino: "Sin embargo, por dispensa, un individuo podí­a, en razón de un acto virtuoso, ser admitido en el seno del pueblo, como leemos en Judith 14, 6 que Aquior, jefe de los hijos de Ammón, ’fue incorporado al pueblo de Israel, él y toda su posteridad’. Lo mismo ocurrió a Rut la moabita, que era una ’mujer de gran virtud’".

Pueden, pues, admitirse excepciones en circunstancias muy especí­ficas. Sin embargo, estas excepciones no son arbitrarias, ya que deben tener en cuenta el bien general de la nación. El general Aquior, por ejemplo, intervino ante Holofernes a favor de los judí­os, poniendo en riesgo su propia vida y conquistando así­ la eterna gratitud de aquel pueblo, a despecho de sus orí­genes amonitas.

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La migración no puede encaminarse a la desintegración de un paí­s

He aquí­, pues, algunos principios sobre la inmigración enunciados por Santo Tomás de Aquino hace 700 años. De estas enseñanzas se puede deducir claramente que cualquier análisis de la inmigración debe orientarse por dos ideas clave: la integridad de la nación y su bien general.

La inmigración siempre debe encaminarse a la integración, y nunca a la desintegración ni a la segregación, es decir, la creación de pequeñas "naciones" en conflicto dentro de un paí­s. Además de las ventajas que se le ofrecen en su nueva patria, el inmigrante también debe asumir los deberes correspondientes, es decir, la responsabilidad por el bien común y la participación en la vida polí­tica, económica, social, cultural y religiosa. Al convertirse en ciudadano, el inmigrante se hace miembro de una familia grande, con un alma, una historia y un futuro comunes, y no es, por tanto, como un accionista de una empresa, que solo se interesa en los lucros y ventajas que deriven de ella.

Santo Tomás enseña a continuación que la inmigración siempre debe apuntar al bien común; no se puede abusar de la nación ni destruirla.

Esto explica por qué tantos norteamericanos y europeos exhiben sentimientos de malestar y preocupación ante la inmigración masiva y desproporcionada de los últimos años. Este flujo de extranjeros procedentes de culturas muy distantes e incluso hostiles, crea situaciones que destruyen los elementos de la unidad psicológica y cultural de la nación, desafiando la capacidad de la sociedad para absorber nuevos elementos orgánicamente. No se toma en cuenta el bien común.

La inmigración orgánica y proporcionada siempre ha sido benéfica para la salud y el fortalecimiento de las sociedades, a las que trae un nuevo soplo de oportunidad de vida y nuevos talentos. Pero cuando se torna excesiva y descontrolada, poniendo en riesgo los fundamentos de la sociedad y el Estado, amenaza el bienestar de la nación.

En julio de 2018, 600 migrantes ilegales entraron a Ceuta, posesión española en África, "defendiéndose" de la policía con sprays lanzallamas, ácido, cal viva y excrementos. Han sido acogidos como refugiados, en una extraña decisión del gobierno izquierdista.

Cuando esto sucede, el paí­s harí­a bien en seguir los sabios consejos del Doctor Angélico y los principios bí­blicos. Es cierto que una nación debe aplicar la justicia y la caridad en el trato a todos, incluyendo a los inmigrantes; pero debe sobretodo preservar su unidad y bien común, sin los cuales no podrá sobrevivir por mucho tiempo.











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