AVENTURAS Y DESVENTURAS DE LA REVOLUCIÓN AMBIENTALISTA

COP21: fracaso completo

Luis Dufaur

Abrazos, lágrimas, euforia: no fue la final de la Copa del mundo, sino de la COP21 en París. Los organizadores conmemoraron con emoción un “acuerdo histórico” sobre el futuro clima del planeta, bajo la presidencia del canciller socialista francés Laurent Fabius.

Políticos fingen victoria para esconder el fracaso. De izq. a der.: Christiana Figueres, secretaria ejecutiva; Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU; Laurent Fabius, presidente de la COP21 y François Hollande, presidente socialista de Francia

Este presentó el texto como un enorme logro: “el mejor equilibrio posible, fuerte y delicado, que permitirá a cada delegación volver a casa con conquistas importantes”, informa el diario “Le Monde”, empeñado a fondo en el éxito de la COP21.

Lindas palabras, festejadas con un brindis triunfal del mejor champagne (o al menos del más caro)... Pero al final, ¿qué fue lo que de hecho aprobó “por consenso” la COP21?

El noticiero eufórico no daba margen ni para comenzar a descifrar el enigma. No se encontraba ninguna información objetiva sobre los temas fundamentales de la colosal reunión.

Fue necesario aguardar a que el asunto saliese de las primeras planas, que el estrépito mediático ambientalista bajase, para enterarnos de que la pantalla de euforia había encubierto un gran vacío de metas concretas.

Tedio burocrático y desinterés de la opinión pública, las notas dominantes.

La cuestión del dinero apasionaba a la prensa: los países “ricos”, incriminados sin proceso por el alegado calentamiento global, deberían transferir como mínimo 100 mil millones de dólares por año a partir de 2020 a los países “pobres”, presentados como víctimas del calentamiento planetario provocado por los propietarios consumistas occidentales. ¡Sí, lector, por su carro, su finca, su tienda, su fábrica!

Pero esos 100 mil millones serían solo el “piso”. En reuniones sucesivas –COPs o no– la cifra debería ser aumentada.

Y, ¡qué gracioso!, ese dineral no va a ir directo a los “países pobres”. De antemano ya se declaró que estos son incapaces de administrarlo o, más grave aún, reos del peor de los pecados: querer imitar el desarrollo capitalista occidental.

Entonces la catarata de dinero iría a um Fondo Climático ambientalista, que lo distribuiría entre los grupos y programas de gobiernos que ejecuten planes “ecológicamente sostenibles” de desarrollo.

En otras palabras, sería distribuido a la cofradía verde radical, como el enjambre de ONGs que convulsionan la Amazonía brasilera, y para los gobiernos amigos como los bolivarianos y congéneres, o los animados por fantasías anarco-tribalistas.

El texto aprobado em París –calificado de “acuerdo con ’a’ minúscula”– entreabre una puerta para esa meta, al convenir “por consenso” el mencionado aporte mínimo anual de 100 mil millones de dólares.

Pero, cosa curiosa, nadie se comprometió a adelantar algo de esa suma alucinada, excepción hecha de algunas donaciones o promesas de inversiones, pero que también benefician al donante...

En resumen: ficción mediática verde, y nada de real.

Fueron muchas las promesas como “reforzar la comprensión, la acción y el apoyo” sobre esta cuestión. Pero el acuerdo con “a” minúscula excluye, por ejemplo, cualquier referencia a pagos de compensaciones o multas por los daños ambientales cuya responsabilidad se atribuye a propietarios consumistas y hedonistas.

O sea, otra gran decepción para los fanáticos apocalípticos anticapitalistas...

Más decepcionante aún, el acuerdo reconoce que las “contribuciones previstas a nivel nacional” así como las promesas de reducción de emisiones de gases invernadero anunciadas por los Estados, son “positivamente insuficientes” para obtener el fantasioso objetivo de reducir el calentamiento global a un máximo de 1,5 °C por encima del que existía en la era preindustrial.

Fiasco reconocido, pues, también en este codiciado punto.

El acuerdo debería entrar en vigencia en 2020, pero son numerosos los signatarios que ya dejaron claro que no lo cumplirán.

Putin: ’que paguen ellos’: Rusia sólo cesará la emisiones cuando modernice sus fábricas heredadas de la ex URSS. O sea, tal vez nunca.

El presidente ruso Vladimir Putin, por ejemplo, se colocó desde el comienzo en la posición “que paguen ellos, nosotros no cortaremos nada” en materia de emisiones de CO2.

Alegó que Rusia sólo reducirá algo después de haber modernizado la pesada y obsoleta industria heredada de la era soviética, informó la agencia rumana RFI.

Para entrar en vigor em 2020, el acuerdo deberá ser ratificado por al menos 55 países que produzcan por lo menos 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y cualquier país podrá retirarse del acuerdo cuando bien quiera.

La ratificación en esos términos tan flojos puede ser dada por cierta, considerando que entre los máximos emisores de esos gases están países socialistas dispuestos a no cumplir nada y a perjudicar en toda la medida de lo posible a los EE. UU y a Europa capitalista, que posiblemente intentarían cumplirlo.

Pero aunque el acuerdo sea ratificado, las ONGs y los activistas de la ecología radical no esconden su frustracion.

James Hansen, excientífico de la NASA y uno de los máximos heraldos del calentamientismo, entrevistado por el diario “The Guardian” de Londres calificó el acuerdo de “un fraude y una farsa” , notició “El Mundo” de Madrid.

Para Hansen el acuerdo com “a” minúscula de París no pasa de ser “un montón de palabras y de promesas sin efectos concretos”.

Ese acuerdo es una excusa forjada por los políticos para poder decir: ‘tenemos una meta de dos grados e intentaremos mejorarla cada cinco años’”.

Para James Hansen, ‘profeta’ del cambio climático, la COP21 fue una ‘farsa’ y un ‘fraude’.

Hansen agregó, decepcionado, que el texto final ni siquiera hace mención a las energías fósiles, a las que se atribuye ser la mayor causa del calentamiento global.

En París, Hansen había pedido lanzar impuestos aún más pesados sobre los combustibles fósiles, el carbón, el gas de carbón y el gas natural, como si ya no fuesen excesivos.

También deploró que los 196 países signatarios no establezcan un objetivo claro ni definan un calendario o al menos un “horizonte”.

A su vez May Boeve, directora de la ONG activista 350.org, se lamentó, desolada, que los países “ricos” no paguen en “justicia” el mal hecho a los “pobres”, y que los torrentes de dinero soñados por la cofradía verde no lleguen a sus arcas sino que se continúen haciendo “proyectos verdes, préstamos o colaboraciones” solamente entre gobiernos, relata “La Nación” de Buenos Aires.

Maxime Combes, militante verde de la ONG Attac-France, criticó que el acuerdo mande a las calendas griegas —o, en el lenguaje del acuerdo, para “una fecha ulterior”— el compromiso concreto de reducir las emisiones.

Según Combes, las promesas y metas nacionales no vinculantes ganaron la partida: los países que no cumplan las metas que les fueron fijadas no serán sancionados ni perseguidos, se lamentó. En consecuencia, tales metas —ya de por sí irreales—, no serán nunca alcanzadas, como no podría dejar de ser.

Asimismo los llamados “países pobres” no serán supervisados, ni tampoco sancionados si “calientan el planeta” con sus planes de desarrollo.

¿De qué sirvió entonces el gigantesco show? El telón bajó, la farsa acabó, se descorcharon las botellas de champagne, los políticos conmemoraron, las víctimas —las personas normales de Occidente— nos hemos salvado por muy poco, y los ambientalistas apocalípticos se preparan para nuevas embestidas.

Pero, al menos esta vez, el montaje escénico hecho en París para imponer una dictadura verde universal no consiguió engañar a la opinión pública, que acompañó con un supremo desinterés los desatinos ambientalistas de esa asamblea planetaria.











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