AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES

¿Depósito de libros? ¿O también símbolo de la dignidad del espíritu?

Cada vez más se discute si la arquitectura llamada “moderna” no rebaja y deshumaniza al hombre, al ignorar su dimensión espiritual centrándose en aspectos puramente físicos y materiales. En el notable artículo que sigue, el autor ilumina el tema con la claridad y el acierto que le son característicos.

Plinio Corrêa de Oliveira (*)

Hay dos maneras de concebir una biblioteca. Una atiende sólo al aspecto material. Los libros, revistas, documentos, estantes, ficheros y mesas deben ser conservados eficazmente contra la humedad, los incendios, las polillas, los ladrones, etc. Por otro lado, documentos, revistas y libros deben ser guardados de tal forma que se les encuentre con facilidad. Por tanto, un edificio concebido “funcionalmente” como biblioteca debe corresponder a este objetivo y no debe ir más allá de este fin práctico.

Para realzar tal noción se puede, por ejemplo, dar al edificio una estructura compuesta por cuatro cuerpos sucesivamente más altos, que sugieran la idea de una inmensa cómoda de líneas elementales, compuesta de cuatro partes de diferentes tamaños, destinados a guardar respectivamente y sin confusión objetos de distinta naturaleza. Y, como en los muebles del género, se pueden colocar casilleros por todas partes: son las ventanas del edificio. Una fuerte desproporción entre las partes de la “cómoda” sería el tributo a pagar a la extravagancia del siglo.

Está descrito así, sumariamente, el edificio de la Biblioteca Municipal de São Paulo.

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Admitamos, para efecto de nuestra argumentación, que así se atienda a todo lo que se refiera a los libros, a las revistas, a los documentos, al fichero. ¿Y el hombre? O mejor: ¿y el lector?

Entra aquí la otra forma de concebir cómo sería el edificio ideal para una biblioteca. Concediendo todo lo necesario para cumplir los objetivos prácticos, es imprescindible entre tanto elevar más las vistas. Por eso, el edificio debe reflejar el aspecto fundamentalmente noble del arte de la lectura y del estudio; debe guardar relación con toda la jerarquía de valores que coloca al pensamiento, en cierto sentido, en el ápice de las actividades humanas, precedido apenas por la oración. Y por eso debe tener, en toda la medida de lo posible, una magnificencia regia.

A esta concepción corresponde la célebre Biblioteca Juanina de la Universidad de Coimbra, construída en la primera mitad del siglo XVIII.

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Los libros, espléndidamente encuadernados, están dispuestos en inmensos y sólidos estantes, todos numerados, donde pueden ser fácilmente clasificados y encontrados. Con los recursos de entonces, era lo más “funcional” que había. Por otro lado la suntuosidad de la decoración tiene a la vez algo de palacio y algo de iglesia. El cuadro del Rey de Portugal, Don Juan V, al centro, al mismo tiempo que presta homenaje al monarca al cual se debe la construcción del predio, pone en relieve toda la consideración que tiene hacia los estudiosos aquel que constituye el más alto escalón en la jerarquía política y social.

El edificio no satisface apenas un objetivo material, como sea guardar papeles, pergaminos, estantes, etc., sino también uno espiritual: realzar a los ojos de todos el prestigio de lo intelectual, tanto en el orden natural de las cosas, cuanto, consecuentemente, en la jerarquía de valores de la sociedad temporal.

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Quizá alguien objete que la Biblioteca Municipal de São Paulo tiene una grandeza monumental que de alguna manera constituye un homenaje a la intrínseca nobleza de la vida intelectual.

La objeción no cuaja. La nobleza no es un valor estrictamente funcional y no se puede expresar entera y adecuadamente, ni en términos de funcionalidad, ni en términos de tamaño. La mera funcionalidad conviene tal vez a edificaciones de carácter industrial, donde la obtención de un producto predomina sobre la concepción arquitectónica; no conviene, sin embargo, a edificios destinados a atender finalidades que, aun teniendo algo de práctico, trascienden sin embargo el mero ámbito de lo práctico. En lo que respecta a la cantidad, en esta no se expresa tan adecuadamente la nobleza como en la calidad.


(*) Publicado originalmente en “Catolicismo”, Brasil, N° 119, noviembre de 1960.









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