BICENTENARIO

BARTOLOMÉ HERRERA, hombre providencial para el Perú del siglo XIX

José Antonio Pancorvo

¿Por qué se debería considerarlo como el hombre providencial para el Perú del siglo XIX? Mucho más que por la grandeza de sus títulos, cargos y acciones descollantes, lo fue por la magnitud y energía de su fisonomía espiritual.

Pocas figuras se podrán encontrar en la Historia del Perú independiente que se aproximen a la sublime expresión moral de Bartolomé Herrera, tal como aparece en su fotografía como Obispo de Arequipa.

En una atrayente fisonomía, reflejos de una gran personalidad

Brillan en la figura del eminente católico limeño las tan cristianas y olvidadas virtudes de la grandeza y la combatividad, derivadas ambas de la virtud cardinal de fortaleza, sublimada sobrenaturalmente en el don del Espíritu Santo del mismo nombre. Está en plena madurez y habiendo ya experimentado todas las batallas y desengaños. Bajo una frente iluminada y serena fulgura su mirada poderosísima, que irradia decisión inquebrantable de servir a la causa católica, a la vez que una gran penetración simultánea de los abismos de la miseria humana y de la majestad divina. Revela también un fuerte ejercicio del estudio y de la contemplación de los temas supremos; desde la Teología —montaña inmensa para avizorar los horizontes divinos— hasta la Política, en su más grave sentido de arte de las artes y ciencia de las ciencias, como la definía San Basilio Magno. Pero en ello no sólo muestra su dominio de vastos panoramas del pensamiento sino, sobre todo, su maravillosa captación de lo esencial y más importante de los asuntos tanto metafísicos como prácticos.

La intensa transparencia de su mirada nos muestra también una auténtica y profunda bondad, consubstanciada con el celo por la elevación del espíritu público y la salvación de las almas humanas, objeto continuo de su preocupación y meditación. De ahí también la trágica seriedad de su semblante, animada sin embargo por un vigoroso fuego de entusiasmo, de certeza y de coraje, en el polo opuesto del pesimismo, de la desesperanza y de la dejadez.

La combinación de la mirada con la animosa y rectilínea expresión de la nariz, y con la lúcida objetividad y realismo que expresan sus labios austeros —así como la vivacidad de la postura y la posición expectante y hábil de las manos— nos da una impresión general que hace inmediatamente evocar al águila, símbolo de pensamiento y poder, así como del espíritu de profecía según los Padres de la Iglesia.

Algunos hechos de su vida pública

A los veinte años era Doctor en Teología y en Derecho. A los 24, Director de la Biblioteca Nacional. A los 33 fue Rector del Convictorio de San Carlos, en ese entonces uno de los principales centros intelectuales de América. Cabe notar que varios antepasados suyos, de apellido completo Román de Herrera, habían sido catedráticos de la Universidad limeña. Polemiza con librepensadores como Mariátegui y Amunátegui.

El gobierno de Echenique, que comenzó siendo de tendencias conservadoras, lo nombró su principal ministro, encargándole dos carteras: la de Justicia, Instrucción, Culto y Relaciones Exteriores, como se denominaba entonces, y la de Gobierno, Policía y Obras Públicas. Debido a las intrigas, y a la versatilidad de Echenique, sólo permaneció en el cargo un año y pocos meses, siendo reemplazado por liberales. En tan corto tiempo, no obstante, normalizó la situación de las deudas interna y externa, hizo redactar los códigos civiles que rigieron por muchas décadas, actualizó las fuerzas militares y navales —con naves como la famosa fragata "Amazonas"—, prohibió la cobranza de derechos judiciales a los indígenas, y estrechó las relaciones con el Brasil, fallando los gobiernos posteriores en este terreno, tanto en el aspecto técnico-geográfico como en el diplomático. Reorganizó la Policía, fundó el Mercado Central de Lima, y mandó traer el monumento a Cristóbal Colón y las estatuas que adornan la Alameda de los Descalzos.

Echenique lo envió entonces con el cargo de ministro plenipotenciario ante la Santa Sede —el primero en ejercerlo—, con el fin de gestionar la celebración de un Concordato con el Estado peruano, además de otras misiones en Europa. Herrera aceptó. Fue con un muy selecto grupo de discípulos. En primer lugar pasó por Londres, donde fue recibido con grandes agasajos. Recordemos que en toda Inglaterra se usaban profusamente el salitre y el guano, considerados indispensables en la agricultura de la isla.

En París hizo gran amistad con el Mariscal Santa Cruz. Asimismo con el Embajador de España y paladín del tradicionalismo en su país, Don Juan Donoso Cortés, quien dijo después de conocerlo: "¡Cuán grande es la América! Ahora vengo a comprenderla". Llegado a Roma, pronunció un discurso en latín ante el gran Pontífice Pío IX. Tras breve lapso quedó concluido el beneficioso Concordato ultramontano, que poco después la impiedad del Perú rechazó, como dice el obituario en el gran lienzo de Herrera en una sala del Cabildo de la Catedral de Arequipa. Después de un retiro espiritual quiso quedarse en Roma y entrar a una orden religiosa, pero el mismo Pío IX lo disuadió. Hubo más bien planes de nombrarlo posteriormente Arzobispo de Lima y primer Cardenal americano.

Ya en Lima continuó la polémica con el liberalismo peruano, contienda que, gracias a él, terminó con una relativa victoria conservadora. En la Constitución de 1860, cuya confección presidió, se preservó la unidad católica del Perú durante décadas. Pero esta Carta Magna estuvo lejos de reconocer verdaderamente la doctrina y los fueros de la Iglesia, debido a la indolencia de los mediocres entre los conservadores. Herrera renunció en el acto a su condición de jefe del Congreso y de diputado. Castilla lo propuso entonces para Obispo de Arequipa.

Fue consagrado en Pentecostés de 1860 en la Iglesia de San Pedro de Lima. Su padrino fue su discípulo José Antonio de Lavalle. Muy desengañado por la insignificancia del ambiente político e intelectual, se dedicó de lleno a sus sagradas labores episcopales. Falleció en 1864. Aún falta el trabajo completo sobre su vida.

El hombre de la providencia

Pero, para el Perú, no sólo fue su más capaz, sabio y ejemplar líder y hombre de Estado en el siglo XIX, sino su paradigma de hombre de la Providencia. Fue él quien señaló el más alto ideal católico para la sociedad y el Estado. Si el fervor de sus discípulos hubiera sido mayor, y si la opinión pública en general hubiera hecho un esfuerzo por salir de la pequeñez en que estaba estancada desde fines del siglo XVIII, la alianza de la nación peruana con la Divina Providencia hubiera traído innumerables frutos de grandeza y prosperidad en todos los campos.

En todo caso, la grandiosa presencia de Herrera fue un factor esencial para una cierta preservación de nuestras sagradas raíces cristianas, lo cual ubicó al Perú, a pesar de las múltiples ofensivas ideológicas y culturales contrarias, y durante casi un siglo después de su muerte, como un país en que aún relucían con notable vitalidad importantes aspectos conservadores católicos, que el laicismo primero, el socialismo después, y ahora la embrutecedora revolución cultural de las últimas décadas, se han empeñado por todos los medios en destruir.

En ese sentido Herrera se constituye en un brillante e importante eslabón, para nuestro país, entre su gloriosa tradición católica y el futuro de aún mayor esplendor anunciado en Fátima para la Iglesia y la Cristiandad.

Convictorio de San Carlos (S. XIX – actual claustro de la Universidad de San Marcos) del cual Bartolomé Herrera fue Rector

Convictorio de San Carlos (S. XIX – actual claustro de la Universidad de San Marcos) del cual Bartolomé Herrera fue Rector










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Mensajes

  • Saludos cordiales. Estimados amigos en la Fe. Soy historiador, y déjenme decirles que vuestro escrito es muy lúcido y apropiado para entender la enorme figura de Mons. Bartolomé Herrera. Soy historiador, y actualmente vengo trabajando sobre el tema. Me gustaría conocer al autor de tan puntual reseña.

    Un saludo cordial, un servidor. JUAN CARLOS HUARAJ ACUÑA

    • En la verdadera historia del Perú Bartolomé Herrera jugó un papel reaccionario truncando con sus ideas conservadoras, la marcha de un nuevo Estado (el Republicano) hacia la modernidad liberal como las sociedades europeas de su época. Lamentablemente la iglesia, en ese entonces tenía el control del poder político a nivel ideológico, ante la ausencia de una clase burguesa nacional y la poca intelectualidad de los militares, logró imponer sus ideas. Inició y logró la lucha en el seno de la misma iglesia contra las ideas de avanzada como las que iluminaron el Perú en sus primeros años republicanos y cuyo mayor expositor fue el también sacerdote Francisco Javier de Luna Pizarro, el gran constructor de los primeros intentos de vida democrática en el naciente Perú, plasmados en nuestra primera Constitución, que Bartolomé Herrera se encargó de destruir años después. Lamentablemente tuvimos un Bartolomé Herrera cuando necesitábamos un Diego Portales como sí lo tuvo Chile.

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