UNA NOVELA “REPLETA DE IDEOLOGÍA”

El mensaje oculto de La Perricholi

En artículo anterior señalamos que la teleserie “La Perricholi” traslucía un doble objetivo ideológico: denigrar a la Iglesia Católica, y promover ideas y conductas antagónicas con la moral cristiana, tales como infidelidad, hedonismo, homosexualismo, etc.

A algunos lectores este juicio les pareció exagerado; para ellos, la controvertida novela solamente retrata una “realidad histórica”. Probablemente ignoran que fue el propio guionista Eduardo Adrianzén quien declaró que “la novela está repleta de ideología ... sobre el poder y lo que es el Perú” [4].

Inoculación ideológica subrepticia

¿De qué manera? Es claro que esa ideología no aparece abiertamente; pero es inoculada de manera subliminal, a través de escenas y diálogos que predisponen a aceptar determinadas actitudes y conductas. Es una manipulación psicológica, que responde a la estrategia que Gramsci denominó revolución cultural: a través de cambios en los usos y las costumbres, inducir a cambios de ideas en un sentido cada vez más revolucionario. Un ejemplo característico es la degradación que hoy vemos en las formas de vestir, impulsada artificialmente por los mecanismos de la moda.

El tema está magistralmente explicado por Plinio Corrêa de Oliveira en su célebre ensayo Revolución y Contra-Revolución. Lo que aquí interesa señalar es que la ideología que se propuso inocular el Sr. Adrianzén es la de una telenovela liberal de espíritu laico, con actrices amantes de virreyes, poderosos nobles hiper machistas, novicios dudosos de su vocación que descubren los placeres de la carne, criadas felices de no ser vírgenes, indios oprimidos planificando revueltas para librarse del abuso, marquesas beatas, esclavos con conciencia de clase, damas casadas escribiendo poesía erótica,... brujas ateas”. Y por supuesto, hasta un triángulo gay”; porque promover la homosexualidad a cualquier precio es un elemento clave de esta la revolución cultural.

Casa de la Perricholi en el Rimac, Max de Radiguet.

¿Quién es el inquisidor?

Lo más grave fue que todo ese desfile de vicios se haya proyectado en horario de protección de menores. Ese fue el motivo de la justa queja contra la teleserie. Pero un comentarista irritado con tal denuncia exclama: Parece que para algunos los tiempos de la Inquisición no han terminado [5]. Lo sorprendente es que su observación es verdadera; sólo que en este caso el rol de inquisidor lo juega el propio Adrianzén, cuando acusa a sus denunciantes de ser pseudocatólicos fascistas”.

Sí, porque la Inquisición —que tuvo en sus filas, sea dicho de paso, a grandes santos como Santo Domingo, el Papa San Pío V o nuestro limeño Santo Toribio— era un tribunal eclesiástico que juzgaba exclusivamente a los que difundían doctrinas falsas fingiéndose de católicos, o sea a los “pseudocatólicos” que tanto molestan al guionista. Que un anticatólico como él (que además se autodefine “liberal de centro izquierda y caviar”) pretenda juzgar quién es o no es “pseudocatólico”, roza en lo ridículo.

Visión unilateral y sesgada del Virreinato

Para cumplir su propósito de desacreditar al catolicismo y promover la amoralidad, los autores de “La Perricholi” eligieron un guión ambientado en un período del Virreinato —la segunda mitad del siglo XVIII— en el cual síntomas de decadencia religiosan erosionaban la tradicional influencia de la Iglesia sobre la sociedad. En Europa en general y España en particular esa época fue de creciente incredulidad y corrupción de costumbres, que afectó sobre todo a la Nobleza y las clases más educadas —influenciadas por los filósofos de la Ilustración—, pero también a miembros de la Iglesia, con repercusión en los reinos españoles de América.

Pese a estas influencias corrosivas, la parte sana del clero y de la sociedad se mantuvo inmune al contagio. Y en la Iglesia peruana la virtud continuó a florecer, aunque con menos vigor que antes. Sobre esto hay documentada evidencia histórica [6], y la propia Perricholi fue una muestra de la influencia santificadora de la Iglesia de su tiempo, ya que, convertida de su pasado escandaloso, llevó durante sus últimos años una vida de penitencia por sus pecados, dedicada a obras de caridad y vistiendo el hábito del Carmen, hasta fallecer en 1819 de manera edificante.

Como bien matiza Víctor Andrés Belaúnde: “Mucho se ha generalizado acerca de la decadencia eclesiástica y de la degeneración religiosa del Perú en la colonia (...) pero ¿quién nos ha pintado la vida de tantos y tantos seres humildes que alcanzaron silenciosamente las más altas cumbres del espíritu? ¿quién se puso a pensar, tan siquiera alguna vez, en todo el gran esfuerzo que consiste en llevar la palabra de Cristo a nuestros incipientes villas o poblados? No todo ha sido perricholismo, gracia o chilindrina; instantes debió haber de recogimiento y de sincera exaltación, que definitivamente han contribuido en la formación de los valores cristianos…” [7].

Pero Gómez y Adrianzén tratan de ensombrecer y ridiculizar la influencia de la Iglesia, presentando unilateralmente a los eclesiásticos y religiosas de la época como farsantes y libertinos, a la Nobleza como inmoral y decadente, a las personas piadosas como fanáticas e hipócritas, a la penitencia como sinónimo de locura masoquista, y a los indígenas como falsos cristianos que añoran el paganismo y la idolatría. Ellos presentan así un “Virreinato Fiction”, deformado al gusto de la inefable caviaridad limeña.

El papel de la ficción como arma de guerra cultural

Y como nuestra sociedad consume tanta “televisión chatarra” sin selección de calidad, las personas difícilmente disciernen los mensajes ideológicos subliminales que ella les inocula. La ficción se convierte así, en manos de la izquierda, en un arma poderosísima de guerra cultural contra la Iglesia y los valores católicos. Por ejemplo: un joven universitario nos contó que mientras participaba en una campaña de difusión católica por el sur, tuvo que escuchar el reproche de una señora por abusos cometidos por la Iglesia, que “ella misma” vio… ¡en otra telenovela de Gómez y Adrianzén!

Probable retrato de Micaela Villegas en un relicario del S. XVIII

En el caso de “La Perricholi” los autores debieron al menos mostrar un mínimo de objetividad en la reconstrucción de las condiciones sociales y políticas de su tiempo. Por ejemplo, ninguna fuente histórica o literaria hace la menor referencia a que hayan existido homosexuales circulando con tanta desenvoltura como los presenta la novela. Por el contrario, la sodomía era tenida por pecado nefando y delito gravísimo. El “triángulo” homosexual de la novela es una pura fantasía mórbida y anti-histórica, lo mismo que el personaje “Rodrigo”, que algunos juzgan plagiado de El Conde de Montecristo.

Por otro lado, una novela histórica sobre el período de Amat absolutamente no podía omitir el hecho más memorable de su gobierno, la expulsión de la Compañía de Jesús, de la cual él fue el principal protagonista y ejecutor, distinguiéndose por su crueldad y ensañamiento. El historiador P. Rubén Vargas Ugarte, uno de los investigadores más reconocidos de este período, llega a sostener que en Amat, “su prevención contra el estado eclesiástico y especialmente contra los jesuitas” fue la probable causa de su nombramiento como Virrey del Perú; la Corte masonizada juzgó que él era “el hombre que se requería para la ejecución del decreto de extrañamiento” [8]. Pero mostrar al Virrey como un impío anticlerical no convenía a los autores de la teleserie, porque la Iglesia quedaría en el papel de víctima y esto les dificultaría difamarla.

Propósito declarado: “vender” laicismo, hedonismo y sátiras a la Iglesia...

¿Por qué, por fin, una evocación histórica se convirtió así en un burdo folletín de fondo anticlerical? El mismo Adrianzén lo reietera: fue por prejuicio ideológico.“Yo insisto en que el asunto va por el contenido, por la premisa. La premisa es hedonista, sí; laica, sí; satírica, sí. ¡Pero eso fue lo que vendí!” [9]. Se trató, entonces, de “vender” difamación a la Iglesia de Jesucristo, a su moral, a su doctrina, a sus instituciones y la civilización que ella ha inspirado; a la grandeza, señorío y santidad que distinguieron al Perú de antaño y que perduran en tantas de sus realizaciones; a la fe que conserva todavía la mayoría de peruanos y a sus manifestaciones públicas de religiosidad [10]. Lo que más parece haberle molestado a este “vendedor” de amoralidad es que, después de tantos años de abuso televisivo impune sobre una mayoría desconcertada y silenciosa, en buena hora se levantan voces de protesta que pusieron al descubierto su ideología anticristiana.

En la era de los “saludos de Navidad” blasfemos...

No obstante, la ola de hostilidad y escarnio a la Iglesia no se detendrá: basta ver el incalificable “saludo navideño” emitido por la radio Studio 92, de la cadena RPP, el día 25 de noviembre, blasfemando de manera inaudita contra la pureza de la Santísima Virgen y de San José, y sin dar una disculpa proporcionada (¡las “disculpitas” de la radio por Facebook, que intentan disminuir la gravedad de la ofensa alegando que "no hubo mala intención" —¿entonces qué hubo? ¿intención buena?—, son un alarde de cinismo y un insulto a la inteligencia de los lectores!).

No nos hagamos ilusiones: esa ola anticatólica es universal, y vendrán programas y propagandas todavía más agresivos hacia los valores religiosos, morales y familiares del Perú. Pero vendrá también —de eso tenemos certeza— la reacción del Perú católico. Las conciencias agredidas por la revolución cultural están despertando, como lo prueba la oportuna y eficaz movilización contra “La Perricholi” y contra la burla dizque “navideña” de Studio 92. Ese despertar del público corrobora lo que afirmaba un pensador católico español: “Cuando la ficción no es más hermosa que el mundo [real], no tiene derecho a existir, porque el objeto del arte es lo bello” [11].

Rara fotografía de la casa de la Perricholi






[6Ver por ejemplo Rafael Sánchez-Concha Barrios, Santos y Santidad en el Perú Virreinal, Vida y Espiritualidad, Lima, 2003.

[7Víctor Andrés Belaunde, La Realidad Nacional, Obras Completas, Edición de la Comisión Nacional del Centenario, 1987, pág. 87.

[8Rubén Vargas Ugarte. Historia General del Perú. t. IV. Lima: Milla Batres, 1966, p. 310.

[11Antonio Aparisi y Guijarro, Obras, Tomo I. Pensamientos y poesías. Madrid: Imp. de la Regeneración, 1873, p. 50.





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