UN SABOR DE REVANCHA HISTÓRICA

De las tinieblas del leninismo a la luz de Fátima

Plaza Roja, Moscú, septiembre de 2011 – Delante de dos edificaciones totalmente contrastantes, la maravillosa Catedral de San Basilio y el tenebroso mausoleo de Lenín, voluntarios del Instituto Plinio Corrêa de Oliveira (IPCO) del Brasil exhiben el estandarte de esa institución. Su nombre homenajea al gran intelectual y hombre de acción católico, cuyo ensayo Revolución y Contra-Revolución inspiró el surgimiento de asociaciones defensoras de la Tradición, la Família y la Propiedad en 26 países de los 5 continentes. La irradiación de su personalidad y la influencia de su pensamiento y acción se extienden ampliamente hoy tanto en Europa como en las Américas.

Fundado en 2006, el IPCO defiende y promueve los valores de la civilización cristiana; precisamente los ideales que Lenin y sus secuaces pretendieron en vano borrar de la faz de la Tierra. En su corta existencia ya ha expandido notablemente sus actividades, atrayendo a sus filas un creciente número de jóvenes. Y de esa forma continúa en Brasil la epopeya de la TFP, cuyas memorables campañas públicas, iniciadas en 1960, evitaron que la mayor nación católica del mundo cayese en el comunismo y arrastrase en su caída a las demás naciones sudamericanas.

En su corta existencia el IPCO ha expandido notablemente sus actividades, atrayendo a sus filas un creciente número de jóvenes.
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Muy diferente es la situación de los sucesores ideológicos de Lenín. Por todas partes, el comunismo languidece. Desde que tomó el poder en Rusia en octubre de 1917, intentó dominar el resto del orbe contando con misteriosas complicidades políticas, financieras y hasta eclesiásticas en Occidente, y utilizando un sinfín de estrategias que abarcaron desde la ferocidad genocida a engañosas máscaras sonrientes, sucesivamente llamadas “política de la mano extendida”, “coexistencia pacífica”, détente, “compromiso histórico”, perestroika...

Pero al final, todo fue en vano. Sin apoyo en la opinión pública, el imperio soviético se derrumbó como un gigantesco ídolo con pies de barro. Y sobre sus escombros germinan y florecen hoy, en países que el régimen leninista oprimiera bajo su yugo —la ex Alemania Oriental, Austria, Eslovaquia, Hungría, Lituania, Polonia, etc.—, flamantes movimientos locales defensores de la Tradición, la Familia y la Propiedad, cuyos estandartes proclaman la perennidad del ideal de la Civilización Cristiana.

Y ahora, discípulos de Plinio Corrêa de Oliveira llegan hasta los muros del Kremlin otrora usurpado por Lenín —cuyo tétrico mausoleo representa, en verdad, una doble sepultura, la de él y la del comunismo—, para ostentar un emblema que simboliza el ideal que el malhechor bolquevique quiso en vano destruir.

La escena tiene un discreto sabor de revancha histórica. Como diciendo al tirano una silenciosa imprecación: “Lenin, enemigo de Dios, hasta aquí llegamos para confirmar tu derrota y la de tu Revolución atea y anticristiana, y para proclamar que la Cristiandad sobrevive y renace. De nada te valieron tus incontables crímenes, tus conspiraciones, tus engaños, tus genocidios, tu propaganda, tus tanques, tus bombas... El poderío que creaste colapsó, y sobre sus ruinas ya avizoramos el cumplimiento de la radiosa promesa de la Virgen de Fátima: ‘Rusia se convertirá’...”.











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